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Actualizado: 14 de mayo de 2025
¿Y Lina? preguntó don Jacobo con su clásica sonrisa. Moreno de Calaveras ensayó una mirada picaresca para ocultar su embarazo, mas su débil fisonomía y su inteligencia turbada por el alcohol, carecían ya de expresión, y exclamó: ¡El diablo me lleve! ¡Qué caramba! Un hombre debe tener un poco de libertad. En fin, ¿qué te parece si hiciéramos una partidita? Voy a perder o doblar este puñado de oro.
Me abrazaba cariñosamente, me besaba, y alzándome exclamaba: «¡Lina! ¡Linilla! ¿Quién es mi encanto? ¿Quién es mi presea? ¿A quién quiero yo mucho, mucho... ¡mu... cho!» Pero un día se fué a la guerra.... ¡Siempre la guerra y las revoluciones! Se fué muy de mañana, e iban con él oficiales y soldados. Salimos a decirle adiós.
La modesta cámara de antes estaba desconocida, tanto eran el lujo y la elegancia desplegados por Carlos. Sobre las paredes grises y desnudas se extendían ricos tapices que, separándose por encima de las ventanas, caían en pliegos ondulantes. El piso estaba cubierto de esteras de Lima, trenzadas de lina y blanca paja, y encuadradas en amplios dibujos de colores llamativos.
Jacobo Melín examinó con curiosidad a su presuntuoso contrincante. Quizá sabía que estaba predestinado a perder el dinero, y prefería que refluyese en sus propios cofres a que entrase en los de cualquier forastero; así es que asintió con un gesto, y acercó su silla a la mesa. En aquel mismo momento, llamaron a la puerta. Es Lina dijo Moreno.
Ya todo terminó; ya te marchaste; ya no estás a mi lado; ya se abrieron tus alas y volaste a la inmensa región de lo ignorado. ¡Que triste, Lina mía, nuestra casa quedó! Tú te has llevado nuestro afán de vivir, nuestra alegría, la esperanza de todo lo soñado cuando estabas en nuestra compañía.
Palabra del Dia
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