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Actualizado: 5 de julio de 2025
El tumulto y el espanto llegaron a su límite, una multitud de personas estaban amontonadas las unas sobre las otras, y sobre todo aquellas que soportaban un peso tan enorme, lanzaban gritos lamentables y se encomendaban al santo de su nombre.
Luego la experiencia tanto interna como externa nos da idea de lo finito, esto es, de un ser que envuelve algun no ser: el bruto siente, mas no entiende: es sensitivo, hé aquí el ser; no es inteligente, hé aquí el límite. El hombre es sensitivo é inteligente; el límite del bruto no es el del hombre.
Las formas de la gran montaña emergida de las aguas que con propiedad llamamos tierra, ofrecen varias disposiciones asaz simétricas, sin poder ser conducidas aún á lo que parecería un sistema leal. Esas porciones secas y elevadas aparecen más ó menos visibles, según las descubre el agua. El mar, como límite, traza en realidad la forma de los continentes.
Allí se extiende una inmensa llanura, triste y uniforme, pero admirablemente cultivada y salpicada por algunas poblaciones, que tiene su límite en el bajo Escalda, del lado de la Zelanda.
Estoy comprometido en la misma empresa que vosotros y la proseguiré hasta el último límite. Si Sorege, como tú afirmas y yo empiezo á creer, ha desempeñado un papel abominable en mi terrible aventura, te respondo que será castigado como merece.
Despues de esa villa termina la provincia toledana y comienza adelante la de Ciudad-Real, que tiene su límite meridional en el centro de la Sierra-Morena.
Subiendo á su orígen, se ven no distantes de él las vertientes de otro rio que, corriendo al poniente, desemboca en el rio Paraguay, en que es conocido con el nombre de Ipané: el cual deberá tomarse por límite, por no hallarse por esta parte rio alguno que tenga el nombre de Corrientes."
Más allá comenzaba la alta mar, movediza y gris, cuyo límite se perdía en la bruma. Menester era mirar con mucha atención para apreciar dónde terminaba el mar y dónde comenzaba el cielo, tan dudoso era el límite y tanto la una y el otro tenían la misma palidez incierta, la misma palpitación tempestuosa y el mismo infinito.
¡Con qué ahinco estudiaba mis obligaciones, y cómo me contraía a mis deberes, circunscribiéndolos al límite más estrecho que era posible, tratando de aislarlos del mundo aquel, que me rodeaba y que temía!
No se oponga usted a esta divina voluntad, pues voluntad divina es en este momento la mía. La señora de Rumblar reflexionó, miró al techo, después a mí, luego a su hija, y al fin exhalando un hondo suspiro, dijo: La dignidad y entereza tienen su límite, y la razón no puede a veces resistir a las súplicas del sentimiento y la piedad reunidos. Asunción, puedes ir a ver a Inés. Te llevará D. Paco.
Palabra del Dia
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