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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Nosotros íbamos a embarcarnos, pero el señor nos dijo: Vosotros quedaos ahí. El señor se puso al timón, el hombre izó la vela, y la lancha comenzó a marchar rápidamente hacia Frayburu. Una hora después volvían, trayendo a Zelayeta. El viejo nos preguntó nuestros nombres, y cuando yo le dije el mío se quedó mirándome fijamente.

Encima de aquellas barrancas ó laderas halló el Padre Cardiel cantidad de yeso de espejuelo, en planchas anchas á manera de talco. Volviéronse descalzos á la lancha, en que durmieron hasta las dos y media de la mañana del viernes 11.

Belarmino continuaba siendo zapatero; su nuevo cuchitril continuaba siendo zapatería; no de otra suerte que la lancha quilla arriba sobre la playa continúa siendo una embarcación. Lo de ahora era como lo de antes; pero al revés. ¡Con qué fruición beatífica, acogido ya a seguro, contemplaba Belarmino el airado mar del mundo! Ahora Belarmino reposaba.

Salió en la lancha el piloto Varela á reconocer una entrada, que reconocieron á la banda del norte, creyendo seria la boca del rio de Santa Cruz; pues habiendo registrado toda la tierra, que media entre la tierra rasa y el rio Gallegos, no le habian hallado. Dentro de hora y media volvió al navio, por no poder romper con la corriente de la marea que bajaba.

Hallaron á las diez del dia, en la costa del sur, un arroyuelo que baja de una fuente bastantemente caudalosa, que está en lo alto de la quebrada de un cerro, y dista cinco leguas del puerto. Es de agua dulce, pero algo pesada, como agua de pozo. Está en sitio acomodado para llegar cualquier lancha á cargar en plea mar en el mismo arroyuelo que baja de la fuente.

Me dispuse a arrojarme al agua para seguir la misma suerte; pero en el instante mismo en que se determinó en mi voluntad esta resolución, mis ojos dejaron de ver lancha y marineros, y ante no había más que la horrenda obscuridad del agua. Todo medio de salvación había desaparecido.

Llegaron los dos soldados con la carta del Padre Cardiel, á cuya súplica condescendió el Padre Strobl, quien el jueves 17, al salir el sol, saltó en tierra con el alferez y los soldados, á juntarse con dicho Padre Cardiel, al mismo tiempo el Padre Quiroga, el capitan de navio y el primer piloto, fueron en la lancha á sondar lo que les faltaba de la bahia, y saltando en tierra, subieron á un cerro bien alto, que está al norte de la bahia.

Todos aquellos hombres, al saltar en tierra, me miraron. Particularmente uno, joven y buen mozo, que llevaba banda de seda sobre la coraza, me miró con más fijeza que los otros, y se detuvo. Los restantes se encaminaron á la aldea, y los marineros se pusieron á llenar de agua unos barriles que traían en la lancha, en una fuente que había en la playa.

En el fondo de la primer lancha, vi a un hombre de elevada estatura, con calañés, en posición de Conde de Luna cuando pregunta desde cuando acá los muertos vuelven a la tierra; era el barítono, seguramente. A su lado, una mujer rubia, y buena moza, apretaba un perrito contra el seno y tenía los ojos agitados por el terror. ¿Perrito? Contralto.

La lancha no tenía timón. Para momentos peligrosos, es más conveniente un remo largo, bien sujeto a popa, haciendo de espadilla. Todas las mujeres y chicos nos contemplaban con ansia. Era un momento aquel por el cual yo tenía la certidumbre de que había de pasar alguna vez en mi vida.

Palabra del Dia

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