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Es lo cierto que hay una gran escasez de documentos oficiales relativos á la época anterior á la Revolución, circunstancia que muchas veces he lamentado, pues esos papeles podrían haber contenido numerosas referencias á personas ya olvidadas, ó de que aún se conserva recuerdo, así como á antiguas costumbres que me habrían proporcionado el mismo placer que experimentaba cuando encontraba flechas de indios en los campos cerca de la Antigua Mansión.

Por una persona para sagrada, contestó Basilio algo emocionado creyendo llegada su última hora: por una persona que todos, menos yo, creen muerta y cuyas desgracias he lamentado siempre. Imponente silencio siguió á estas palabras, silencio que para el joven le sonaba á eternidad.

Aquella separación de la que cualquier otro se hubiera lamentado como de un desgarramiento me libertó de un gran apuro. Ya no me era posible vivir cerca de Magdalena siempre cohibido por la invencible timidez que su presencia me causaba. Huía de ella. El hecho de mirarla cara a cara constituía para un verdadero desplante de audacia.

En Can Mallorquí habían pasado todos mala noche. Margalida lloraba; la madre se había lamentado incesantemente de lo ocurrido. ¡Señor! ¡qué pensarían de ellos las gentes del cuartón al saber que en su casa se pegaban los hombres como en una taberna! ¡Qué dirían las atlotas de su hija!... Pero a Margalida la preocupaba poco la opinión de sus amigas.

Yo siempre he lamentado que usted no tuviese una fortuna incalculable como la de don Diego: usted habría sido más grande que Sardanápalo. A falta de otra cosa mejor, hice que le diesen un millón; se hace lo que se puede. Pero he tomado mal mis medidas y la cosa no ha respondido a mis esperanzas. Lo que tiene usted en su cajón es un papelote que nunca le serviría para nada.

Este otro inconveniente era su pobreza; pero Lucía, precisamente por esa pobreza y por el motivo que la había causado, amaba y admiraba más al Comendador. El descuidado desdén, la alegre calma y el nada trabajoso ni lamentado abandono con que D. Fadrique se había desprendido de más de cuatro millones, valían más de mil en la poética y generosa mente de Lucía.

Hoy desterrado, mañana vendido como esclavo, o condenado a beber la cicuta; después, lamentado, honrado como un dios; todos los días expuesto a verse arrastrado a la barra del más inexorable "tribunal revolucionario", el ateniense que, en medio de esta vida agitada, jamás estaba seguro del día siguiente, producía con una expontaneidad que nos asombra".