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Además, nuestra presencia tal vez impidiera al buen Jeromo sorber la salsa que queda en la cazuela del guisado, y á su mujer pasar el dedo por la tartera de las tostadas para rebañar el azúcar, y al seminarista apurar «hasta verte, Jesús mío», el vaso de vino blanco. Volvamos á la misma cocina una hora más tarde.

El coro contesta con relinchos á esta primera tirada de algarabía, que así se llama técnicamente la introducción de los marzantes, y vuelve á continuar la voz pidiendo «morcillas en blanco, ó aunque sea en negro», y otras cosas por el estilo, hasta que concluye diciendo: ¿Qué quiere usted?; ¿que cantemos ó que recemos? Que recen dice Jeromo.

Nada más justo, señor de Cuarterola. ¿Ve usted cómo al cabo nos vamos entendiendo? Ahora lo veremos. Lo que yo quiero es que se haga en todo este año una carretera desde esta misma puerta al camino real, que no va muy lejos de aquí. Nada más justo, señor don Jeromo; y desde luego me comprometo, si llego a ser diputado, a hacer cuanto pueda por conseguirlo..., y lo conseguiré, de seguro.

Pues precisamente porque eso que usted dice es cierto, los hombres de mi carácter y de mi posición nos lanzamos esta vez a la lucha, resueltos a que sea una verdad el sistema representativo. ¡Ya, ya! volvió a gruñir Cuarterola. Conque, amigo don Jeromo saltó aquí don Celso, persuadido de que toda preparación era ociosa con aquel bárbaro , estamos al cabo de la calle y nos hemos entendido.

Como quiera que no sea el objeto principal de este artículo retratar al hijo mayor del tío Jeromo, hago caso omiso de todo el diálogo promovido por su despecho contra el mayorazgo, y vamos á seguir con nuestro asunto comenzado, asistiendo á la cena de esta honrada familia en la noche de Navidad.

Pero en casa de Jeromo no se engaña á nadie, y la tía Simona alarga media morcilla de manteca á los marzantes; y éstos, después de echar la primera copla, se marchan relinchando de placer. La familia tira los últimos golpes á la cena, agótanse los jarros de vino, y el chicuelo despierta preguntando por los marzantes.

Conque, en resumen, don Jeromo concluyó Lépero, poniéndose de pie, en lo que le imitaron los demás de la partida : quedamos en que, en igualdad de circunstancias, preferirá usted nuestra candidatura a las otras dos, y en que probablemente la votará usted con toda su gente. ¡Ya, ya! respondió con su muletilla de costumbre el tabernero.

Por eso no debemos extrañarnos del estrépito que se arma en la cocina del tío Jeromo al hacerse esta operación. «¡Que no se te caiga! ¡Ayúdame por esta banda! ¡Quita ese banco! ¡Apaña esa cuchara! ¡Allá va! ¡Que está torcía! ¡Calza de allá! ¡Fuera esa pataPoco menos alboroto y mayores precauciones que si se botara al agua un navío de tres puentes.