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Actualizado: 4 de junio de 2025
Claro es que no; pues allí todo fue extraordinario, y puedo dar fe de ello, que la presencié desde el Introito hasta el Ite misa est. A aquella guerra debo mi conocimiento de la artillería; ¿usted no ha oído hablar de mí? Estoy seguro de que me conocerá de nombre.
Onde le coge la cafetera, hijo; con el ite de que no la suelta dende que anda con esa arbolaura por las calles. ¿Y los hijos?
Y lo que usté no guipa, porque ya está fuera de combate respondiéronle en son de zumba. ¡Pintura, digo yo á eso! replicó el veterano con mucho retintín; aunque bien desaminao el ite de ese particular, ¿qué tenéis ya que recibir de naide? ¿Qué vus falta?
Cuando el diácono cantó el Ite, misa est, aquella dio un suspiro de consuelo y se dispuso a levantarse y huir de los indecorosos pies que la perseguían. Pero era negocio más arduo de lo que se imaginaba. La iglesia estaba tan atestada de fieles que nadie podía revolverse. Todos pretendían besar las manos del nuevo sacerdote, o al menos presenciar la curiosa y tierna ceremonia. Bajó éste una escalera del altar y quedó inmóvil y de pie frente a la muchedumbre, derramando por ella una mirada vaga y sonriente. Hubo un fuerte murmullo que casi se convirtió en gritería, cuando D. Narciso empujó suavemente a la madrina para que tributase la primera su homenaje al oficiante. D.ª Eloisa hincó las rodillas delante de su ahijado y le besó las manos con visible emoción. Cuando se levantó, corrían algunas lágrimas por sus mejillas. Después tomó un frasco de agua perfumada, dio otro a D.ª Rita, y colocadas ambas a derecha e izquierda del presbítero, comenzaron a rociar a los que se acercaban a besarle las manos. Uno a uno, empujándose con prisa, fueron la mayor parte de los fieles rindiéndole este homenaje. Los hombres le besaban en la palma, las mujeres en el dorso, según estaba prevenido.
Palabra del Dia
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