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Todo esto constituye un verdadero arsenal de invocaciones mágicas, en cuya eficacia se confía para evitar el mal, librarse del peligro, lograr un bien, alcanzar una gracia. Como ejemplo de la virtud de las invocaciones y de lo que se puede conseguir con sólo decir con frecuencia Jesús, María, José, que constituye la "Trinidad Santísima de la Tierra," se cuentan los siguientes casos: (Novena de Jesús, María y José. Manila, 1903). Un hombre de mala vida pasando en medio de una noche por delante de una iglesia de San Francisco, en Cuzco, Perú, vió luces en el cementerio y, comprendiendo que se trataba de un entierro, se dirigió al lugar para presenciarlo. De pronto se apercibió que allá había un trono en el que Jesucristo se hallaba sentado en medio de María y José. Aparecieron entonces muchos demonios cada uno con su libro en la mano. Uno de ellos empezó su acusación contra una mujer de mala vida de Buenos Aires. "Jesús, dice la novena, pronunció contra ella la sentencia de muerte repentina y juntamente a condenación eterna." (Pág. 7.) Desapareció el demonio para ir a ejecutar la sentencia. Otro demonio leyó en su libro que en Chile había otra mujer de mala vida. "Jesús pronunció contra ella sentencia de muerte y condenación." (Pág. 8.) El demonio corrió a cumplir la sentencia. Se presentó otro acusando a un hombre de llevar mala vida en Cuzco, y este hombre era precisamente el mismo que se detuvo a presenciar el espectáculo del cementerio. "Al ir el justo Juez a pronunciar contra él la sentencia de muerte y condenación, María Santísima y el Señor San José se arrodillaron ante el Divino Maestro pidiendo por él, alegando que muchas veces había invocado sus Santísimos nombres pidiendo su amparo *

Un día dijo el tío Manolillo , por mejor decir, una noche... estaba yo en una casa de vecindad... tenía en ella un entretenimiento: una doncella asturiana que me ayudaba á comer mi ración; era ya tarde; de repente, en el cuarto de al lado, gritos, gritos desesperados, arrancados por un dolor agudo; gritos de mujer acompañados de invocaciones á la Madre de Dios.

Oía Fortunata los ronquidos del venerable Platón, cual monólogo de un cerdo, y sentía también los paseos de Ido, y algún monosílabo ininteligible, suspiros que parecían ayes de pena o invocaciones poéticas; y cuando el profesor llegaba en su deambulación febril a la puerta de la alcoba, creía distinguir sus manos o parte de un brazo que subían hasta cerca del techo.

Quizás todas aquellas invocaciones que la señora hizo a los santos obtuvieron buena acogida, y algún ángel inspiró al ratoncito Pérez la idea de dejar para otra vez el recuento de sus ahorros. Pero la Pipaón no las tuvo todas consigo hasta que no le vio guardar la arqueta, ponerla en su sitio cuidadosamente, como se pone en la cuna un niño dormido, y echar la llave a la gaveta.