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Actualizado: 26 de junio de 2025


Protegido por la obscuridad, me habían conducido al castillo e instalado en la celda. Nada me importaba el recuerdo de que un poco antes habían muerto allí tres hombres, dos de ellos por mi mano. Me había arrojado sobre un colchón inmediato a la ventana y contemplaba las negras aguas del foso. Juan, pálido todavía a consecuencia de su herida, me había servido la cena.

Acudió Bolívar al llamamiento, y el 20 del mismo mes, cinco dias despues de su llegada á Bogotá, dejó instalado el Congreso, renunciando formalmente á la presidencia que se le habia conferido; pero su renuncia fué desechada, exigiéndole que hasta que la Constitucion quedase sancionada y nombrados los funcionarios superiores en el órden político, para cortar las alas á la anarquia conservase su autoridad, único medio que el Congreso estimaba hábil en aquellas amenazadoras circunstancias.

Y como yo hiciera un movimiento de cariñosa resistencia para separarme de su lado, él insistió dulcemente, me volvió a abrazar y a besar muchas veces y mi tío Ramón me condujo a un cuarto inmediato donde me había instalado desde que mi padre se agravó. Al separármele, quedó en mis manos el libro que habíamos estado hojeando. Me desnudaron y me acostaron.

Por desgracia, las comunicaciones interplanetarias no han pasado aún de la categoría de proyecto, y cuando la humanidad se aburre en su viejo domicilio, comienza a coger trastos y a echarlos patas arriba. Y esto es lo que ocurre hoy. El mundo se está transformando, con gran indignación de muchos señores que se habían instalado en él confortablemente y para que no los molestase nadie.

Sólo recuerdo que al final el cañaveral se puso completamente azul y comenzó a danzar a dos dedos de mis ojos. Dos o tres martillos de cada lado de la cabeza comenzaron a destrozarme las sienes, mientras el estómago, instalado en plena boca, aspiraba él mismo directamente las últimas bocanadas de humo. Volví en cuando me llevaban en brazos a casa.

Su serenidad de varón ordenado, incapaz de perturbarse con frívolas aventuras, le hizo adivinar desde el primer momento el secreto de los entusiasmos y las cóleras del capitán. «Debe vivir con una mujer», se dijo al verle instalado en un hotel de Nápoles y al sufrir su mal humor en las rápidas apariciones que hacía á bordo.

Sin saber lo que hacía, me precipité hacia la puerta, como para cerrar el paso a ese demonio amenazador. ¡Desgraciada que no sospechaba que otro demonio me acechaba, instalado antes que aquél en el umbral de la puerta! Minutos después entró Roberto. Ni una palabra, ni un saludo, nada más que esa mirada rápida y sombría que ya me había herido una vez como una puñalada.

No contestó Delaberge; tengan la bondad de servirme en mi cuarto y háganme el favor de avisar mi llegada al guarda general... Necesito hablar con él esta misma noche. Algunos minutos después estaba ya instalado en la sala roja, reservada de ordinario a los huéspedes de importancia.

En la ventana del gabinete de la izquierda se había instalado Paquito con todo el fárrago de su biblioteca, papelotes y el copioso archivo de sus apuntes de clase, que iba en camino de abultar tanto como el de Simancas.

En una de las esquinas de la pieza, ocupando a lo sumo un espacio de metro y medio cuadrado, un joven suizo había instalado su vidriera y su mesita de relojero. Más de una vez tuve el impulso de ir a conversar con el pobre relojero; pero a mi vez, estaba tan nervioso e irascible, que acabé por fastidiarme hasta del infeliz que tenía delante.

Palabra del Dia

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