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Isidro vio a su amigo de pie junto a la artista, con los ojos fijos en su nuca inclinada, esperando una indicación de su cabeza para volver las hojas de la partitura. Vea, Maltranita.

¿Y piensas que aquí, entre mi tutor y tu tía, podremos escapar á los disturbios y á las malas influencias? Creo que no. Entonces, deduce misma la consecuencia. La joven permaneció un instante pensativa y con la rubia cabeza inclinada y algunas lágrimas rodaron por sus ojos. Después murmuró: ¡Es preciso huir!

Las muestras que dieron de estos pocos, le encendió en su corazón un ardiente deseo de poner luego manos á la obra, pareciéndole estas disposiciones muy á propósito para introducir la en gente tan bien inclinada.

Esto es; en un pequeño aposento, cuya puerta demasiado fuerte, tiene una rejilla espesa, y al que da luz una ventana con reja que corresponde a un jardín abandonado. En este aposento he visto algunos muebles modestos, y una cama de forma extraña, inclinada, y a lo largo de cuyas maderas hay algunas correas.

La hermana Lucidia lleva siempre la cabeza inclinada sobre el lado derecho, como si le pesase aquella vergüenza, como si procurase ocultarla o como si presentase la otra mejilla, pálida e intacta, a la adversidad de la agresiva providencia.

Durante la serie de las edades, las hiladas de formaciones marítimas ó lacustres que componen la mayor parte de nuestra montaña han llegado á ocupar á gran altura sobre el nivel del mar su posición inclinada y contorneada en arrugas caprichosas.

Clara guardó silencio y quedó unos instantes pensativa, mientras que su cuñada permanecía sentada con la cabeza inclinada al suelo y el pañuelo en los ojos. Ni Visita ni yo podemos decírtelo. Estamos obligadas, si no por juramento, al menos con promesa sagrada a guardar el secreto de su retiro. Ya comprenderás que el revelártelo sería hacerle traición, añadir un clavo más a su cruz.

La señorita Margarita suspendida del brazo de Alain, estaba inclinada sobre el abismo y clavaba sobre una mirada de mortal ansiedad. Me dije en aquel momento, que sólo de dependía ser llorado por aquellos hermosos ojos, y dar á una existencia miserable un fin digno de envidia.

Después de esto no le habló más que de sus recuadros, cuya grandiosa composición admiraba, arriesgando algunas ligeras críticas de detalle, que el artista admitió algunas veces, discutió otras con su bondad y modestia usuales; una media hora transcurrió en esta conversación, en la cual la mujer del pintor apenas tomó parte, continuando con taciturno aire, inclinada su cabeza de diosa, la labor de tapicería que la ocupaba, tal cual fugaz palabra de vez en cuando dicha, tal cual veloz mirada rebosando de sombras lanzada sobre el rostro del hombre que se iba.

Este hombre hallábase sentado o más bien sumergido en un sillón, con las piernas ocultas bajo gruesa manta que le llegaba a la cintura, la cabeza inclinada sobre el pecho y tan inmóvil que parecía dormido o muerto.