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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Miranda tendió la vista por todos lados, hincó sus pupilas en su mujer, en el jesuita, en el doctor.... Después cogió a estos dos de la mano y les rogó tartamudeando, que le concediesen una conferencia de algunos minutos. Pasaron a la habitación inmediata, y Lucía quedó sola con el cadáver. Pudo creer que era terrible pesadilla todo lo ocurrido.
Y, diciendo esto, dio dos zapatetas en el aire, con muestras de grandísimo contento, y luego fue a tomar las riendas de la mula de Dorotea, y, haciéndola detener, se hincó de rodillas ante ella, suplicándole le diese las manos para besárselas, en señal que la recibía por su reina y señora. ¿Quién no había de reír de los circustantes, viendo la locura del amo y la simplicidad del criado?
Llegó precipitadamente donde doña Luz estaba de pie; hincó en tierra ambas rodillas, y dijo con acento conmovido: Ya lo sabe V. De V. depende mi dicha o mi desdicha. Aquí aguardo mi sentencia. Todo discurso más prolijo hubiera sido absurdo en aquella ocasión; toda arte vana; toda precaución chocante.
Acabada la cena, Van-Horn hincó en el suelo algunas estacas y formó un cobertizo de hojas que los librasen de la humedad de la noche, y lo rodeó de los trozos de tronco vacíos de sagú, que sirvieran como de empalizada que los defendiera de las flechas si llegara el caso. Cornelio hizo el primer cuarto de guardia emboscándose en un matorral, y los demás se entregaron al sueño.
Hallábase tan acongojado, que la frase se le retortijó en la garganta, y juzgando que más que las palabras serían elocuentes las actitudes, se hincó delante de su ahijada, y le tomó las manos para besárselas, y luego que pasó un rato en estas mímicas, conmovidos ella y él, pudo articular Relimpio estas palabras: «Niña mía, no des ese paso, detente...
Benhacel calló, y en medio del homenaje más grande que pueden prestar la admiración y el respeto, el silencio, descubrióse, hincó una rodilla en tierra y besó la mano del rey; saludó después a los Grandes de uno y otro lado, y acompañado de su abuelo, fuese a colocar entre ellos. El viejo lloraba como un niño; uno le dijo: ¡Llora el almirante, y no lloró el guardia marina!...
No por ello nos dieron ellos los esclavos cristianos que tenían en la isla. Desde á tres días vino un moro á caballo, viejo, y llegó á un tiro de arcabuz de nuestras trincheras, donde se apeó y hincó un palo en tierra. Dejó allí una carta y alargóse. Fueron por ella y trajéronla al Duque.
Hincó las rodillas Carriazo, y fuese a poner a los pies de su padre, que, con lágrimas en los ojos, le tuvo abrazado un buen espacio. Don Juan de Avendaño, como sabía que don Diego había venido con don Tomás su hijo, preguntóle por él; a lo cual respondió que don Tomás de Avendaño era el mozo que daba cebada y paja en aquella posada.
Palabra del Dia
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