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Cuando llegaba con el niño llamaba al punto a su hija Casilda, donosa chicuela que hechizaba el tugurio con su hermosura, haciendo pensar en esas infanticas abandonadas de que hablan las leyendas.

Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y decía, no sin sentimiento: -En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros puestos, y los más en un día mismo amanecidos y puestos. Hubo fama que reedificaba doncellas, resuscitaba cabellos encubriendo canas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas.

La acaudalada señora de Pinto, rica propietaria de Bahía de Todos los Santos, que hacía cuatro años vivía en París con gran lujo, no bien se informó de la llegada del Vizconde, a quien había conocido en Río, le escribió un billetito, convidándole a los tés musicales y a veces danzantes que tenía todos los viernes, y donde la mayor de sus hijas, que eran dos, y ambas bonitas, mostraba su habilidad y hechizaba con su voz melodiosa, cantando alternativamente, ya las modinhas de su país, ya las canciones más sentimentales y melancólicas de Alemania, Italia y Francia.

Y si esos conocimientos habían sido adquiridos donde no se debía hacerlo, nada os impedía que compensarais esto yendo a la iglesia regularmente. En efecto, los niños que la bruja de Tarley hechizaba, los vi bautizar más de una vez y recibir el agua bendita tan bien como los demás.

Juanita no lo hubiera cumplido aunque no hubiera amado ya a don Paco. La consolaba y la hechizaba tener aquella víctima constante y ver arder aquel corazón, cual perpetuo holocausto, en aras de su hermosura. Aun cuando ella no hubiese aceptado el sacrificio, se hubiese afligido mucho de que viniese doña Agustina y le robase el corazón sacrificado.

Salaba los jamones con singular habilidad. El adobo con que preparaba los lomos antes de freírlos en manteca era sabroso y delicadísimo, y teñía la manteca de un rojo dorado que hechizaba la vista, daba delicado perfume y despertaba el apetito de la persona más desganada cuando entraba por sus narices y por sus ojos.

Le tomaba la mano, le miraba con indecible ternura, le sonreía embelesada, le aplaudía como sentencias punto menos que divinas todas sus frases, y buscaba su conversación y se hechizaba con ella.