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Actualizado: 13 de junio de 2025
La solemne mistress Augusta Haynes pasó ante sus ojos. ¿Cómo se portaría con él?... ¿Sería la serpiente del paraíso que acababa de crear?... Su optimismo acabó por no tener en cuenta el aspecto imponente y duro de la madre de Margaret. El fondo de su carácter tal vez era bondadoso, como afirmaba la hija. ¿Y si no lo es?... ¿Y si no lo es?...
Y todo esto era porque acababa de conocer á miss Margaret Haynes, una persona primaveral, cuyos diez y nueve años, alegres y graciosos, se desbordaban en risas, palabras musicales y gestos encantadores. Gillespie olvidó de golpe todo su pasado al hablar con esta adorable criatura. Creyó que su vida anterior había sido un ensueño.
Este joven resultaba una reducción exacta de su misma persona, y era natural que se mostrase enemigo irreconciliable de aquel personaje igual en todo á la viuda de Haynes. Pero el gigante olvidó tales pensamientos, atraído por una nueva evolución de Ra-Ra.
Miss Haynes fué la que se encargó de envalentonar su timidez con prometedoras sonrisas y palabras tiernas. En realidad, Edwin no supo con certeza si fué él quien se atrevió á declarar su amor, ó fué ella la que con suavidad le impulsó á decir lo que llevaba muchos meses en su pensamiento, sin encontrar palabras para darle forma.
Una semana después, al bajar por la mañana al parque del hotel, vió á Margaret jugando al tennis con un gentleman de pantalón blanco, brazos arremangados y camisa de cuello abierto: el ingeniero Gillespie. Miss Haynes, que había hecho el viaje malhumorada y nerviosa, sonreía ahora como si viese revolotear escuadrillas de ángeles por encima de los naranjos californianos.
Vió con enormes dimensiones la cara de mistress Augusta Haynes, rematada por su honorífico gorro, y que le sonreía protectoramente, como nunca le había sonreído la verdadera en el lejano país de su nacimiento. Poco á poco fué ladeando la cabeza, y desaparecieron de su redondel de vidrio el Padre de los Maestros, el orador y los grupos universitarios.
Mistress Augusta Haynes era una señora de gran estatura y no menos corpulencia, breve y autoritaria en sus palabras, y que contemplaba el deslizamiento de la vida á través de sus lentes, apreciando las personas y las cosas con la fijeza altiva del miope.
Estas resoluciones desesperadas sólo se ven en las novelas. Tenía además cierta confianza en el porvenir y consideraba oportuno dejar pasar el tiempo. Su madre tal vez cediese al ver que transcurrían los años sin que ella amase á otro hombre. Edwin podía estar seguro de su fidelidad. Mientras tanto, la Fortuna tal vez se fijase de pronto en Gillespie, como se había fijado en mister Haynes.
Desde el momento que Ra-Ra era él, y Momaren era mistress Augusta Haynes, resultaba natural que el joven universitario sólo pudiera parecerse á una persona.... Y contempló con admiración á miss Margaret Haynes, su novia del otro mundo, que á través de la lente amplificadora se mostraba casi con su tamaño ordinario.
Edwin creyó durante algunos momentos que aquella miniatura de mistress Augusta Haynes iba á erguirse en su sillón para negarle por segunda vez la mano de Margaret, afirmando que ella no podía transigir con los hombres de espíritu novelesco que ignoran el medio de hacer dinero. Pero la voz del profesor Flimnap le arrancó de su asombro.
Palabra del Dia
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