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¿Pero cuál era el fruto que sacaban los reyes i los inquisidores de la constante persecucion levantada contra los que judaizaban? Fuera de las confiscaciones, ninguno provechoso. No hacian mas que aborrecible la Doctrina Evangélica: la cual no les daba autoridad para cometer tan atroces é inhumanos hechos.

Al mismo tiempo, en el opuesto extremo de la casa, el duque, solo en su despacho, cómodamente sentado en un sillón, buscaba en un periódico la última sesión del Senado; y al llegar al fin, en la reseña de una votación nominal, los antojos de la impaciencia le hacían, buscar antes de tiempo su título, para verlo en letras de molde, ignorando a punto fijo dónde encontrarlo, si junto a los señores que dijeron , o entre los que dijeron no.

Tal vez por algo que no es la riqueza; por otros deseos menos explicables. Había reflexionado mucho durante la noche anterior, y ahondando en sus decisiones, encontraba en ellas motivos inconscientes, no sospechados hasta entonces, que le hacían avanzar con un empujón tan rudo como el deseo de riqueza.

Su grandeza, su solidez, su elegancia, hacían olvidar los edificios de Roma. Sólo Atenas podía comparar los monumentos de su Acrópolis con estos templos del más severo dórico.

Vivió penosamente, pues el oficio era demasiado duro para un niño poco preparado para el trabajo fuerte. Además, se hallaba en un ambiente hostil, bien diferente del suyo; le hacían pagar caro la blancura de sus manos y sus hábitos de persona bien educada.

Doña Clara no hablaba á solas ni escribía á su amiga; por los criados nada podía averiguarse, porque los de Doña Blanca eran forasteros casi todos, y ó no tenían confianza en la casa, ó hacían una vida devota y apartada, imitando y complaciendo así á sus amos. Sólo podía afirmarse que la única persona que entraba de visita en casa de D. Valentín era su cercano pariente D. Casimiro.

Cornelio y Hans, parapetados tras de unos pedruscos, hacían fuego sin cesar, procurando herir a los jefes y a los sacerdotes, mientras su tío y el piloto se alejaban corriendo para llegar pronto a las peñas, de las cuales distaban ya muy poco. Tenían esperanza de llegar pronto a la orilla del mar si los dos valientes jóvenes conseguían retardar el asalto algunos minutos.

No hay felicidad que no tenga su pero, y el de la felicidad de la marquesa era que para completar la suma hacían falta unos cinco mil... Porque ; estaba pendiente una cuentecilla... Esto no venía al caso.

Aquellas águilas, según el señor Páez, hacían juego con otras dos bordadas en la alfombra de su despacho.

Desde la sombra de los vestíbulos, donde estaban durmiendo, lanzáronse fuera los criados haciendo resonar con palos, horcas y bieldos todos los objetos de metal que encontraban a mano, calderos de cobre, palanganas, cacerolas. Los pastores hacían sonar el cuerno pastoril. Otros llevaban caracolas marinas, trompas de caza.