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444 Parece un baile de fieras sigún yo me lo imagino; era inmenso el remolino, las voces aterradoras; hasta que al fin de dos horas se aplacó aquel torbellino. 445 De noche formaban cerco y en el centro nos ponían; para mostrar que querían quitarnos toda esperanza, ocho o diez filas de lanzas alrrededor nos hacían.

Y habían ido juntos sin pensar ni uno ni otro lo que hacían. Desde aquella tarde había empezado para la Regenta la vida de la devota práctica; pero duró poco la eficacia de aquel impulso en que no había piedad acendrada sino gratitud, el deseo de complacer al hombre que tanto trabajaba por salvarla, y que era tan elocuente y que tanto valía.

Le agradaba mi cháchara, cualquiera que fuera su tono, como se escucha con gusto el gorjeo de un pájaro cantor, y yo no pedía más. ¡Le estaba tan agradecida porque me había asociado a su grande y sincera pasión, a , a la chicuela a quien todavía hacían salir de la habitación cuando la gente grande quería hablar de cosas serias!

Más bien será una huérfana con su hermano. No, porque él no está de luto. Entonces será su novio. Aquellas suposiciones me hacían gracia. Aquellos señores bajaron en Versalles y Elena y yo nos quedamos solos hasta París. Iba despierta, y como observé que me miraba de reojo a través de su velo, le dirigí algunas palabras animadas con una sonrisa.

Iban los cristianos cordobeses que permanecian fieles á su corriendo el deshecho temporal de estas persecuciones, cuyos horrorosos truenos los hacian estrecharse mas y mas y tributarse mútuos consejos y consuelos: bogaban por aquel revuelto piélago como bajeles que el comun peligro agrupa y que el furioso vendabal dispersa.

Las mujeres de la casa que se agrupaban compungidas por la noche a rezar en alta voz, hacían la impresión de los sitiados que se preparan afanosamente a rechazar un ataque nocturno del enemigo.

La inmediata pertenecía al mismo círculo de amigos; después seguía la de los curas de tropa, llamada así porque a ella se arrimaban tres o cuatro sacerdotes, de estos que podríamos llamar sueltos, y que durante la noche y parte del día hacían vida laica.

Yo por mi parte no me admiro de lo que había, atendiendo a lo fértil de esta provincia y la mucha subordinación de los indios, que, con tenerles negado absolutamente el trato con los españoles, no conocían otra autoridad que la de los jesuitas, y así hacían cuanto querían de ellos.

La afición del pueblo al teatro era siempre grande, y tan vivo el interés que le inspiraba, que, desde el año de 1740, se formaron diversos partidos, que se hacían entre la guerra con el mayor encarnizamiento.

Los continuados repetidos avisos que recibia en el camino D. Cristóval Lopez, del agigantado cuerpo que tomaba la sedicion en las provincias de la Sierra, le hicieron apresurar las marchas cuanto pudo: y hallándose ya en las inmediaciones de Salta con la tropa de su mando, tuvo órden del Coronel D. Andres Mestre, Gobernador del Tucuman, para que con toda la aceleracion posible se acercase, en atencion á que 300 hombres de las milicias de aquel gobierno, destinados á servir en el Perú, habian perdido la obediencia á su comandante y oficiales, que maneatados los hacian retroceder en busca del regalo de sus casas.