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Ya quién es: el hijo de la tía Javiera de Fresnedo manifestó con su habitual sagacidad. D. Félix no quiso desengañarle, ni tampoco á Regalado y su mujer, con quienes inmediatamente se reunió. No le pareció bien divulgar la calaverada de un personaje eclesiástico, por más que sólo de un pelo estuviese colgado de la santa madre Iglesia.

Los de Fresnedo, los de Riomontán, los de las Meloneras y las Bovias, lo mismo que los de Villoria y Tolivia, todos habéis sido siempre unos con nosotros. Juntos han peleado nuestros abuelos, juntos nuestros padres y juntos hemos estado también nosotros siempre cuando llegaba el caso de andar á garrotazos. ¿Por qué ahora andamos apartados?

No quisieron bajar á él, porque de la fidelidad de sus campeones estaban seguros. Prosiguieron su camino por las cumbres hacia Fresnedo, que se hallaba mucho más alto. El sol descendía ya un poco del cenit cuando llegaron á él. Estaba colgado más que plantado el caserío en las estribaciones de la gran Peña-Mea. Era también extendido, aunque no tanto como Villoria.

No hay para qué añadir que esta equivocación lamentable le costó un buen zurriagazo. La noche avanzaba y el mozo de Fresnedo, que antes había mostrado tal prisa de marcharse, ahora estaba pegado con pez á la tajuela. Flora, viendo que sus abuelos daban cada vez más frecuentes y más largas cabezadas le insinuó la idea de que se fuese, pero él se hizo el sueco.

Jacinto marchaba con paso ligero hacia Fresnedo por el camino llano de Entralgo, en vez de tornar por el monte como había venido. Era más largo, pero no tenía prisa de llegar á casa. Su corazón necesitaba narrar su dicha á los árboles y al río, al valle y á los montes, á la luna y á las estrellas. Y como adivinaba que la tarea iba á ser larga, procuró dar un rodeo para ganar tiempo.

Llegado el momento de pisarla, Regalado envía recado á Nolo de la Braña y Jacinto de Fresnedo, hijos de sus primos Pacho y Telesforo, avisa á algunos inteligentes labradores de Canzana, entre ellos al tío Pepón, padre de la hermosa Telva, que ya conocemos, y ayudado de Quino, Bartolo y otros mozos de Entralgo se comienza solemnemente la fabricación de la sidra.

Jacinto separó las manos y alzó los ojos también sonriente; pero sus mejillas estaban bañadas de lágrimas. Entonces la sonrisa de Flora se apagó. ¡Cómo! ¿Lloras, rapaz?... ¿Y por qué? No lo , Flora respondió dulcemente el mozo de Fresnedo. Flora quedó un instante pensativa y replicó colérica: ¡Pues yo si lo !