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Es decir, padre en toda la extensión de la palabra, no; pero ¿qué nombre queréis que al que me ha criado á costa de privaciones de todo género, al que vela por mi, al que me ama como ninguno es capaz de amarme? Tenéis razón; y decidme: ¿cómo haré yo para atraerme ese hombre? Siendo desde ahora todo mío; haciéndole creer que me hacéis feliz. Lo creerá.

Despidiéronse en fin ámbos curiosos de Su Excelencia, y al volverse á su casa dixo Candido á Martin: Confiese vm. que el señor Pococurante es el mas feliz de los humanos, porque es un hombre superior á todo quanto tiene. ¿Pues no considera vm., dixo Martin, que está aburrido de quanto tiene?

Quizá con tanta impaciencia andaba mezclada buena parte de envidia. ¡Qué apetecible y deleitoso sueño; qué calma bienhechora! Era el suelto descanso de la mocedad, de la doncellez cándida, de la conciencia serena, del temperamento rico y feliz, de la salud.

El señor y la señora de Santa Cruz, que aún viven y ojalá vivieran mil años, son el matrimonio más feliz y más admirable del presente siglo.

Era un muchacho bueno, digno de ser feliz, ¡pero si fuera una a creer en todos los juramentos de desesperado!... Ese lo hizo tal como lo decía... ¡Qué loco! Y lo peor es que como él he encontrado otros en el mundo. Ya no dijo más. Rafael respetó su silencio.

No mentaré mi pais, que es tamaño como el Egipto, la Caldea y las Indias juntas, ni disputare acerca de su antigüedad, porque lo que importa es ser feliz, y sirve de poco ser antiguo; pero si se trata de almanaques, diré que en toda el Asia corren los nuestros, y que los poseíamos aventajados, ántes que supieran los Caldeos la arismética.

Cuidado le advierte cuando recite usted aquello de Feliz , que en lo profundo de aquel bendito rincón... dígalo usted con brío, con cierto énfasis.

De pronto, como si le hubiese ocurrido una idea feliz, se irguió de nuevo y abandonando al estropeado gato en el suelo salió del aposento, bajando un poco la cabeza para no chocar con el dintel de la puertecilla que le daba acceso. No tardó muchos minutos en presentarse otra vez con un canasto en las manos guarnecido en el fondo por un cojín de lana.

Pero el dinero no es todo para . Quiero ser feliz antes que nada. No le ocultaré que hace poco tiempo era una señorita de almacén y no pensaba que algún día sería una dama del gran mundo como usted y como la condesa: vendía trajecitos para muchachos. Cierto día pasa a mi sección un caballero alto, bastante joven, buen mozo, moreno, como los que se ven en los cinemas.

Tenía en su vida motivos de sobra para ser feliz, pero a pesar de esto, dos cosas la entristecían.