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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Se abrió la puerta de la alcoba, y antes que nada, Bonifacio oyó distinto, claro, el quejido sibilítico de un recién nacido. «¡Su propia carne volvía a nacer llorando!». ¡Un niño, tiene usted un niño, señor! gritaba Eufemia, que entraba como un torbellino y llegaba hasta tocar al pasmado Bonis, sin reparar en que estaba el señorito en camisa en mitad de la alcoba.
El renacimiento de su carne lo guardaba como un secreto; era una hipócrita de la salud; seguía fingiendo achaques corporales como si fuese virtud el tenerlos. Eufemia, su doncella, era confidente parcial de sus engaños: como una trampa que hiciera a todos los suyos, Emma saboreaba a solas con su criada los pormenores de aquel fingimiento.
De su tío Nepomuceno sabía, por murmuraciones del primo Sebastián y de Eufemia, que tenía una pasión de viejo por una alemana, hija de un ingeniero industrial, M. Körner, químico notable que había venido a ciertos trabajos metalúrgicos. Sin duda el tío quiere hacerse rico a todo trance, y pronto, para seducir con su fortuna, ya que no puede con sus patillas cenicientas, a la hija de ese alemán.
Pero de repente olvidó su mal, el anónimo, todo, porque Eufemia entró gritando, corriendo; tropezó con las rodillas de Bonis, y exclamó: ¡Señorito, señorito!... La señorita está con los dolores. Bonis saltó como un tigre, corrió por salas y pasillos, con una bota y una zapatilla, tal como le habían sorprendido las cartas malhadadas, y llegó al gabinete de su esposa en pocos brincos.
Una mañana, muy temprano, Eufemia entró en la alcoba de Reyes, y le despertó diciendo: La señorita llama, quiere que el señorito vaya a buscar a D. Basilio. ¿Al médico? gritó Bonis, sentándose de un brinco en la cama y restregándose los ojos hinchados por el sueño . ¡Al médico, tan temprano! ¿Qué hay, qué ocurre?
Palabra del Dia
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