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Estos místicos a la española, de un misticismo orgulloso y dominador, en vez de elevar los ojos al cielo para dejarse absorber por su grandeza, tiraban del cielo y lo hacían bajar hasta ellos, viendo en cada acto de su energía individual una chispa de la voluntad de Dios encarnada en sus personas.

De pronto vio plantarse ante él a esbelto mancebo armado de larga espada española. Hubo como un estremecimiento de ansiedad. Las dentaduras brillaron. Pero a las primeras tretas el adversario desapareció en la tiniebla.

Su idioma es enteramente distinto de las lenguas de Chiquitos en cuanto á la forma de las palabras, y aunque bastante duro, es agradable al oido: tiene muchas voces terminadas en vocal; el número de las que acaban en las solas consonantes n, m, p, t y j es reducido. El sonido gutural de la j española y el nasal de la u se encuentran á menudo.

Ojalá, primero, que Cuba siga siendo española; pero si Cuba deja de serlo, ojalá que sea pronto, para gloria y satisfacción de la antigua madre patria, una gran república cultísima y floreciente.

«El de ocho sílabas es el más famoso, más antiguo, más natural y más comúnSarmiento, Memorias para la historia de la poesía española. Sarmiento cita cuatro párrafos de antiguas crónicas y de leyes alfonsinas, que, si bien escritas en prosa, son verdaderos romances. A la decidida De una corrida Fallé la serrana Fermosa, lozana E bien colorida.

En un momento se vio a la partida proveerse de palos de escoba, cañas, varas, con esa rapidez puramente española, que no es otra cosa que el instinto de armarse; y sin saber cómo surgieron picudos gorros de papel con flotantes cenefas que arrebataba el viento, y aparecieron distintivos varios, hechos al arbitrio de cada uno.

En un picacho estaba el depósito y para ocultarlo veíase agrupado en torno del monte el caserío de cartón que fingía ser la ciudad de Belén, sobre cuyos minaretes de cartulina ondeaba la bandera española.

En los tiempos modernos, M. Mignet condensa y acaba su juicio de esta guisa: «Antonio Pérez, sin llegar á la talla de los grandes Ministros de Felipe II; del imperioso Cardenal Espinosa, del diestro Ruy Gómez, del altanero Duque de Alba ó del discreto Granvela, poseyó un tiempo el favor del Rey, figurando como personaje el más influyente de la Monarquía española.

Cada capítulo trae nuevos personajes y escenas nuevas, reproducidas unas veces con el pincel de Stein y de Teniers, otras con el brioso toque de la escuela española. ¡Lástima que en algunos pasajes la tendencia a la caricatura aparezca tan de resalto, y convierta en falsos tipos que de cómicos no debieran degenerar en bufos!

Ni aun la belleza podía mover discordia entre ellas, porque sus atractivos ofrecían caracteres opuestos. Susana era grande, blanca, gruesa, rubia y a pesar de su edad y su doncellez tenia aspecto de Venus flamenca, perezosa y carnal. Valeria era pequeña, morenilla, delgada, pelinegra, tipo de mística española, poca materia y mucho espíritu; un fraile de Zurbarán hecho hembra.