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Aresti tuteaba al ingeniero, sin conseguir que éste le tratase con igual confianza, pues el doctor le inspiraba cierto respeto, á pesar de su carácter comunicativo. Los escudriñadores ojos de Aresti, habituados al examen rápido de todo cuanto le rodeaba, iban rectos á aquella carta que Sanabre pretendía ocultar. Eso no será ningún trabajo de ingeniería dijo en voz baja y con sonrisa burlona.

Acaso porque todos, confesándolo ó no, apreciamos en mucho aquellas cualidades en que no abundamos, yo admiro la obra paciente é inteligentísima de los eruditos, de los bibliógrafos, de los escudriñadores de las fuentes vivas en nuestra literatura, en nuestra ciencia y en nuestra historia. Y esta obra de perseverancia y sabiduría se realiza con admirable solidaridad.

Este hecho colocaba de nuevo al maestro y a la alumna en la estrecha comunión de antes. Melisa pareció reparar el cambio en la conducta del maestro, forzada desde hacía algún tiempo, y en uno de sus cortos paseos vespertinos, deteniéndose ella de repente, y subiendo sobre un tronco de árbol, le miró de hito en hito con ojos insinuantes y escudriñadores.

Supongo que esta tarea le incumbe al señor Leighton añadió, pero prefiero que usted y yo echemos una mirada a los asuntos de mi padre, antes que venga el abogado a examinarlos con sus ojos escudriñadores. Parecía que abrigaba cierta esperanza de encontrar algo que deseaba ocultar al abogado.

Cuando Lorenzo se encontró con la mirada de la Pampita; cuando vio aquellos dos ojos inteligentes, apacibles, escudriñadores y profundos como jamás habría creído encontrar; cuando vio que ella le miraba, creyó que había cometido una inconveniencia, una falta, una descortesía obligándola a mover aquellos ojos y a desplegar aquellos labios... Me ha parecido oír el apodo del cebador de mate.

Me imagino que no recibiría con agrado la visita de cualquiera de esos caballeros escudriñadores de la Scotland Yard contestó el anciano, después de cierta vacilación. Recuerden ustedes que yo no hago ninguna acusación, absolutamente ninguna.

Sus ojos, ni chicos ni grandes, ni eran feos, pero dominantes y escudriñadores más de lo que a su edad y doncellez convenía; su sonrisa, entre reservada y cándida, demasiado permanente en los labios, para que no tuviese visos de fingida y afectada; su talle, modelado por el corsé, sería pobre de formas si hábiles artificios del traje, como un volante sobre los hombros, o en la cadera, no reforzasen sus diámetros.