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Actualizado: 12 de junio de 2025


Había bastante tolle, tolle, contra las Escribanas, por ser cosa corriente que la mayor de ellas había pagado a Maravillas los gastos de la edición. De Maravillas se afirmaba, y sería verdad, que había huido de Villavieja durante lo más recio de la refriega, a uña de caballo, hacia la ciudad.

En Villavieja apenas se conocía ese lujo ni aun en las casas más pudientes: el maderaje descubierto, con un par de lechadas o dos manos de una tierra amarilla que abundaba en un covachón de la sierra. La vivienda de las Escribanas era mucho mayor y hasta mucho más vieja. Se entraba por un portal obscuro, con gallinero y todos sus accesorios y consecuencias.

Algunas familias de las visitadas, las que habían subido a Peleches a ofrecer de todo corazón sus respetos a los señores, los agasajaron en la visita con vinos dulces, bizcochetas y rosquillas, como era costumbre allí; y si no la siguieron las Escribanas y otras gentes tales en idéntica ocasión, fue porque no se les había hecho a ellas el mismo agasajo en Peleches.

Puntillos de etiqueta entre iguales. Por supuesto que las Escribanas la armaron también aquel día.

Quedóse allí como coadjutor de la nueva parroquia, y a los pocos años ascendió a párroco. Le estimaba mucho don Alejandro, y le dio un abrazo apretadísimo. Tuteaba a las Escribanas, porque eran hijas suyas de confesión y pertenecían además a una de las congregaciones que dirigía él, y les dijo algunas cuchufletas en cuanto las vio allí muy emperejiladas.

»Las que más se distinguen ahora son las mencionadas Escribanas y de Codillo. Las primeras, llamadas así por ser hijas del difunto escribano Garduño, que dejó bastante dinero, aunque no lo que suponen las gentes, son tres y la madre: ésta bajita y gorda, y aquéllas altas y delgadas, no de mal parecer, pero tampoco guapas.

Nieves no mostró el menor deseo de conocer aquella razón, y así quedó el asunto. Un poquito más allá, preguntó a Leto: Y a las Escribanas, ¿las conoce usted? Con esta pregunta se quedó Leto bastante atarugado y algo encendido de mejillas: ¡le había dado tantas bromas el fiscal con la Escribana mayor! Pero se rehízo enseguida, y contestó a Nieves: Otras bachilleras por el estilo.

Apenas se cabía en el testero del estrado donde recibían los señores de Peleches; y a estas apreturas y al respeto que infundían allí los personajes graves, se debió, para suerte de los de casa, que ni las Corvejonas ni las de Codillo estuvieran en el lleno de sus papeles, como habían estado en los suyos respectivos las Escribanas y Rufita González, y se marcharon pronto.

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