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La marinería de nuestra embarcación era india pura, incluso su patrón, quien varias veces varió el rumbo, atribuyéndolo nosotros al principio á descuido, pero más tarde comprendimos que la caña del timón obedecía más bien al temor que le dominaba, tan luego supo que nuestro principal objeto era visitar las Cuevas de las Calaveras; afortunadamente nos acompañaba un amigo que conocía la situación de las más notables de aquellas, y repetidas veces enmendó la derrota con visible disgusto del patrón, antiguo y marrullero hombre de mar, ya entrado en años, con más cabellos blancos que negros, más supersticiones que dientes, más consejas que verdades y más escapularios que virtudes.

Y a ella le tocó reír después y desmenuzar tan livianos argumentos... El sueño, un sueño dulce y mutuo les cogió, y se durmieron felices... Y ved lo que son las cosas, Juan se enmendó, o al menos pareció enmendarse. Tenía Santa Cruz en altísimo grado las triquiñuelas del artista de la vida, que sabe disponer las cosas del mejor modo posible para sistematizar y refinar sus dichas.

Por último, si Goethe se apasionó de Cristiana Volpius, y vivió con ella en unión inmoral y escandalosa, enmendó al cabo la falta, casándose.

Pedí licencia, busqué dos sábanas, pregoné la égloga, procuré una guitarra, convidé la huéspeda, y díjele á Solano que cobrara. Y al fin la casa llena, salgo á cantar el romance de afuera afuera, aparta aparta; acabada una copla, métome y quédase la gente suspensa; y empieza luego Solano una loa, y con ella enmendó la falta de la música.

No si os diga, señores, lo que es forzoso deciros: un cierto espíritu se entró entonces en mi pecho, que, sin mudarme el ser, me pareció que le tenía más que de hombre, y así, levantándome en pie sobre la barca, hice que la rodeasen todas las demás y estuviesen atentos a éstas o otras semejantes razones que les dije: "La baja fortuna jamás se enmendó con la ociosidad ni con la pereza; en los ánimos encogidos nunca tuvo lugar la buena dicha; nosotros mismos nos fabricamos nuestra ventura, y no hay alma que no sea capaz de levantarse a su asiento; los cobardes, aunque nazcan ricos, siempre son pobres, como los avaros mendigos.

Los disparates que habíamos hecho los enmendó la Naturaleza. Contra la Naturaleza no se puede protestar». Miraba el bulto que en la cama hacía Juan Evaristo; pero como su ademán no tenía nada de hostil, Fortunata se iba sosegando. «¡Ya lo que hay aquí! ¡Pobre niño! Dios no ha querido que sea mío. Si lo fuera, me querrías algo.

Aquí tenemo jotro ablá que no sabe tanto a jigo pasao... AverNacho se enmendó algo, no en aquellos días, sino años después, cuando ya cursaba Leyes, y su prima, cendolilla de quince mayos, había ingresado en un colegio. La enmienda completa del mejicano era imposible, porque en aquel modo de escribir entraba Nacho entero y verdadero: así hablaba, así andaba y así comía.