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Actualizado: 5 de junio de 2025
Decía de acercarse nuevamente a don Raimundo, y don Raimundo acababa de echarle de sí con cajas destempladas, hacía una hora: andaba el portugués aquel día, como cuervo revoloteando en el campo de batalla sobre los cadáveres abandonados; la liquidación era río revuelto y la pesca fenomenal.
Pero sabía el usurero escoger su presa, y cuando el pez cogido en la malla era pequeño o no prometía nada de sí, sin piedad arrojábalo a la corriente; el joven Vargas, no hay que decirle, era un miserable pececillo, pura escama y pura espina, a pesar de sus colores brillantes y sus aires pretenciosos; reconocerle y echarle al agua de cabeza, fué todo uno.
¡Maltratar yo a mi hija, canalla! gritó en el colmo de la indignación el jorobado, que había conseguido trasportar a Obdulia hasta la cama y se disponía a echarle agua en la cara. Miente usted y miente quien lo diga. Yo no sabía siquiera que deseaba entrar en un convento... ni me hubiera opuesto a ello.
Entretanto, el señor Joaquín, leyendo solo el periódico y paladeando solo el café, venía a echarle muy de menos, e íbase arraigando en su mente la idea de la boda. Cada día consideraba más adecuado para yerno al amigo de Colmenar.
Conocía tan bien á aquel hombre, que no necesitaba á veces oirle hablar para penetrar sus intenciones y sus sentimientos. Doña Blanca comprendió que lo menos malo era oirle; que no podía echarle, sin exponerse á dar el mayor de los escándalos. No quiso, sin embargo, aparecer desde luego resignada.
Ah, y no echarle encima demasiada ropa, ni dejar... que entre Visitación... que la aturde. ¡La ciencia prohíbe terminantemente que esa señora protectora de comadronas parteras meta aquí la pata!...
Si él se propasaba, estaba segura de resistir y hasta valor sentía para echarle en cara su crimen, su bajeza y arrojarle de casa». Pasaron días y Ana cada vez estaba más tranquila. «No, no se propasaba; no hacía más que admirarla, amarla en silencio.
Su trato, ya que no inficione, mancha ó puede manchar la acrisolada reputación de cualquiera señora. Yo tuve necesidad poco menos que de echarle de casa. Motivos hubo, en su falta de miramientos y hasta de respeto, para que en otras edades bárbaras, olvidando la ley divina, alguien le hubiera dado una severa lección, como solían darlas los caballeros.
Pero el oficial comía con frecuencia fuera de casa; entonces la mesa redonda languidecía, quedaba sumida en un letargo triste y silencioso; se oía el ruido de los platos y el de las mandíbulas; el mayor del Consejo de Estado era el encargado de animar la escena, y lo hacía llamando la atención del Marqués, que comía abstraído, y dándole siempre la misma broma: el diplomático había prestado cinco duros a un tunante llamado Laguna, que vivía del juego y la estafa, y como es natural, no había vuelto a echarle la vista encima.
El senador era inflexible. «La vida no es juego», como le había dicho al echarle de casa de su protectora.
Palabra del Dia
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