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Debían esperar dos horas y media, porque el tren no pasaba por allí hasta la una y cuarenta. La Reguera estaba situada al extremo de un pintoresco y risueño valle. Desde la estación, asentada en un alto terraplén, se divisaba todo perfectamente.

Algún motivo de tirria debieron darle los frailes de la Merced, pues siempre que divisaba hábito de esa comunidad murmuraba entre dientes: «¡Buen blancoLos que lo oían pensaban que el virrey se refería a la tela del traje, hasta que un curioso se atrevió a pedirle aclaración, y entonces dijo Amat: «¡Buen blanco para una bala de cañón

Era una mujer joven, con un candil en la mano, la cual, dirigiendo la luz hacia el objeto que divisaba a sus pies, exclamó: ¡Jesús María!, no es Manuel; es un desconocido... ¡y está muerto! ¡Dios nos asista! Socorrámosle exclamó la otra, que era una mujer de edad, vestida con mucho aseo . Hermano Gabriel, hermano Gabriel gritó entrando en el patio : venga usted pronto.

La noche dura varios meses, y en ocasiones es tal su obscuridad, que Kane, rodeado de sus perros, sólo los divisaba merced á la humedad del aliento. En tan dilatadas, muy dilatadas tinieblas, sobre esa tierra desolada, estéril, vestida de hielos impenetrables, erran, no obstante, dos solitarios que se obstinan en vivir allí, en medio de los horrores de un mundo imposible.

Mi caballo era ligero Como la luz del lucero Que corre al amanecer; Cuando al galope partia Al instante se veia En los espacios perder. Sus ojos eran estrellas, Sus patas unas centellas, Que daban chispas y luz: Cuanto su ojo divisaba En su carrera alcanzaba, Fuese tigre ó avestruz.

Allá en lo alto se divisaba un puntito de cielo. Entonces, con las pocas fuerzas que le quedaban gritó hasta romperse la garganta. Nadie respondió. Quiso seguir, pero comprendió que ya era inútil. Un sudor frío bañaba su frente. Mirando aquel puntito claro de cielo permaneció largo rato con los ojos muy abiertos. Poco á poco aquel puntito también se fué oscureciendo. La tarde declinaba.

Por ninguna parte divisaba a la gente del pueblo que antes trajera cántaros con agua, y al buscar con ansiosa inspiración en el seco aire una partícula de agua, bebía y respiraba oleadas de polvo abrasador.

Viósele nadar veinte brazas con la enérgica desesperación de la agonía, hundirse una vez, aparecer otra, tornar otra vez a hundirse; salir a flote de nuevo, no una, sino dos cabecitas, pegadas, juntas, rubia la una, negra la otra, y sumergirse otra vez las dos formando un ligero vórtice, unas suaves espumas, borrosas, imperceptibles, en aquel mar inmenso, ¡limitado, roto tan sólo en el lejano horizonte por una velita blanca que se divisaba a lo lejos...

La calle estaba desierta, al través de los visillos del balcón se divisaba el centelleo de las estrellas y a lo lejos sonaba el bramido ronco y tenaz que subía de la playa. En la fonda y su proximidad el silencio era completo.