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Actualizado: 19 de junio de 2025
No me explico qué antojo será el suyo de salir diputado por aquí, pudiendo salir por donde quiera. Cerca de este lugar posee unas sesenta aranzadas de olivar, que su padre, militar como él, compró con dinero ganado al juego. Este es el único lazo, que yo sepa, que a este distrito le une.
Cuantos tenían caballo, y no pocos que sólo tenían mulo o burro, fueron de madrugada a recibirle en la estación, con D. Acisclo al frente, y a eso de las once volvieron todos con el diputado, caballero éste en el hermoso caballo negro de doña Luz.
Se abrían las ventanas de las casas vecinas al río; pasaban por el puente los carros cargados de vituallas para el mercado y las filas de hortelanas con grandes cestas en la cabeza. Toda aquella gente miraba con interés al diputado. Vendría de pasar la noche pescando. Se lo decían unos a otros, a pesar de que en la barca no se veía ningún útil de pesca.
Me hablaron Santonja y don Tomás Capdepón, diputado por Orihuela. Me escribió Rebagliatto, gran cacique de aquella ciudad, y a más, íntimo de mi padre, pues se querían como hermanos. A todos contesté que mi conciencia me lo impedía. Vino la discusión en la Diputación. Hablé, y hubo empate en la primera votación. Volví a hablar, volvió a votarse, y tuve mayoría.
Rafael; señor diputado, ¿está usted contento?... ¿Quiere usted dar que reír más aún a sus enemigos? El viejo hablaba con voz temblona; parecía próximo a llorar.
Y el diputado comenzaba a odiar su ciudad, viendo que devolvía con infames insultos el bien y la felicidad que él gozaba. Otra noche Leonora le recibió con una sonrisa que daba miedo.
«Dentro de algunos días tratará en las Cortes el opulento diputado don Simón de los Peñascales un asunto de vital interés para el distrito que representa.
El diputado, tras breve indecisión, siguió adelante, desalentado, cabizbajo, sin fijarse en el viejo que había vuelto a colocarse a su lado. ¡Ah, el maldito! ¡Qué bien había sabido herirle!
¡Ja, ja, ja! Por lo cual no ha logrado todavía salir diputado. ¡Ja, ja, ja! ¿Conque no es cierto, eh? ¡Ni con cien leguas! ¡Qué demonio de chico! exclamó entonces don Simón, pellizcándose los muslos.
A reina va, y lo hago cuestión personal añadió envalentonado Trabuco, dándose un puñetazo en el pecho. Y el contrario, sin querer, le dejó otra casilla libre. Y así, de una en otra, jugándose la vida en todas ellas, convirtió el peón en reina, y ganó el juego el enérgico diputado provincial de Pernueces.
Palabra del Dia
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