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El toro y el torero se miraron; lió éste el trapo tranquilamente, se echó el estoque a la cara y citó con el pie para recibir. Acudió la bestia, furiosa, y se clavó ella misma la espada hasta la empuñadura. Hubo un grito reprimido de entusiasmo en la plaza. El toro se quedó un instante inmóvil frente al torero, lanzó un débil mugido y se dejó caer desplomado sobre los brazos.

Temblábale todo el cuerpo, volvió a extender los brazos hacia Ana... dio otro paso adelante... y después clavándose las uñas en el cuello, dio media vuelta, como si fuera a caer desplomado, y con piernas débiles y temblonas salió de la capilla.

Durante un momento las miradas de la multitud horrorizada se concentraron en el lúgubre milagro, mientras el ministro permanecía en pie con una expresión triunfante en el rostro, como la de un hombre que en medio de una crisis del más agudo dolor ha conseguido una victoria. Después cayó desplomado sobre el cadalso. Ester lo levantó parcialmente y le hizo reclinar la cabeza sobre su seno.

Volvió entonces a su mesa para empezar sus trabajos del día; pero, no bien dió tres o cuatro pasos, no acertó a tenerse en pie, y cayó desplomado sobre la estera del suelo que cubría la estancia. Los compañeros y escribientes que allí se hallaban corrieron a levantarle. ¿Qué es esto, señor don Braulio? dijo uno. ¡Amigo González! exclamó otro. Don Braulio no respondió. Es un ataque de apoplejía.

El crucero y coro quedaron muy quebrantados: la torre sufrió tales vaivenes, que despues de haberse desplomado de ella una gran cornisa, un barandal de piedra y diferentes piezas de su adorno, se abrió por los cuatro frentes de su segundo cuerpo y destejió todas las claves de sus arcos, claraboyas y ventanas.

En esto, se oyó un gran ruido en el despacho, acudieron todos los que en la casa estaban y hallaron desplomado, junto al sofá, a don Aquiles, con los ojos torcidos y la boca contraída, barbotando palabras sin sentido.

A veces los telones y bastidores se hacían los remolones o precipitaban su caída, y en una ocasión, el buen Diego Marsilla, atado a un árbol codo con codo se encontró de repente en el camarín de doña Isabel de Segura, con lo que el drama se hizo inverosímil a todas luces. La decoración de bosque se había desplomado.