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Actualizado: 21 de octubre de 2025


Cuando comenzó Calderón á escribir para el teatro, no encontró, como Lope de Vega al principio de su carrera, confusos ó informes materiales de más ó menos valor, ni un caos de elementos dramáticos desordenados, que esperaban la obra de su imaginación, creadora y reguladora, para trazarles su fondo y su forma poética, sino que, al contrario, se le presentó un campo bien cultivado en todas las direcciones posibles, y además una poesía dramática con hondas raíces en los teatros españoles, lozana y esplendente, resultado de los esfuerzos reunidos de muchos talentos distinguidos; y no sólo, en su forma y carácter general, se presentaba el drama claro y concreto, sino que, en particular, eran bien conocidos los límites que separaban á las diversas especies de obras dramáticas, con arreglo á la predilección particular que manifestaba hacia ellas la afición de los españoles.

Hasta en las comedias, que se distinguen por la acumulación de materiales desordenados, y que son defectuosas en cuanto á su composición, brilla esta inventiva de un modo deslumbrador; algunas ofrecen una verdadera mina de los más eficaces resortes dramáticos, y pueden dar argumentos para varias comedias; estos motivos ó resortes se indican más bien que se aprovechan ó perfeccionan, aunque no por esto hagan menos favor al poeta, excitando á un tiempo nuestra censura y nuestra admiración.

Pasadas dos horas en deliciosa y culpable intimidad, tanto más grata cuanto menos premeditada y prevista, dijo Carolina, mientras él se ponía los tirantes y ella, ante un espejo roto, se atusaba los desordenados rizos. Anda, tontín, rico mío, más vale gallinita que pollita. Mejor te irá conmigo que con aquella embaucadora, bribona, que se estaba burlando de ti. ¡Me daba una rabia!

Y poniendo su trémula mano en mi cabeza, alisó mis desordenados cabellos, y mostrándome unas tijeritas me dijo dulcemente, en voz baja, como si temiese ser oída: ¿Corto? Corta. En vano charló el P. Herrera esa noche. Nos contó memorias de su vida estudiantil; pero no consiguió alegrarnos, y cuenta que el buen anciano tenía mucha gracia para conversar. Todos estábamos tristes.

Lucía posó suavemente la mano sobre el pecho de Doña Blanca. Entonces notó con pena que los latidos de su corazón habían perdido el ritmo natural: eran desordenados y anormales; pero no dijo nada por no asustar á la paciente y á su hija. El cuidado que requería Doña Blanca no consintió que prosiguiese el diálogo entre Clara y Lucía.

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