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Actualizado: 28 de julio de 2025
Hubo un largo silencio después de las palabras poco cordiales cruzadas entre los dos. Pero la doctora no parecía tenaz en sus rencores y siguió hablando: He tenido que improvisar un ligero desayuno con lo que encontré más á mano. Perdone usted su frugalidad y su monotonía.
Así sucede todos los días; siempre amargándonos la vida con tristezas, ¡siempre haciéndonos llorar! Pero ¡vaya! a todo esto ni quien piense en el desayuno.... ¡Señora Juana: aquí estamos ya! ¡El chocolatito! Tú tomarás café con leche, ¿no es eso? Ustedes los muchachos no gustan ya del chocolate; dicen que es antigualla. Yo, hijo, como tu abuelo, chocolate y nada más; chocolate bueno eso sí.
Teresina, el chocolate gritaba alegre, frotándose las manos. Y pasaba al comedor. La doncella, a poco, llegaba con el desayuno en reluciente jícara de china con ramitos de oro. Cerraba tras sí la puerta, y se acercaba a la mesa; dejaba sobre ella el servicio, extendía la servilleta delante del señorito... y esperaba inmóvil a su lado.
Al día siguiente muy temprano, después de un sueño ni profundo ni largo, se levantó, y despachando a toda prisa el desayuno, salió y fue derecho en busca de un sujeto que vivía en la calle del Duque de Alba, junto a D. Felicísimo.
Pensó que era necesario buscar una mujer para que la arreglase y guisase la comida, y tuvo intención de llamar á Joselillo para enviar por ella; mas se contuvo: no había prisa: lo mismo sería al día siguiente. Bajó al cabo á la tienda, se desayunó y se puso á fumar cigarrillos.
Despejó el señor Anselmo la estancia, y, con más premura de lo que pudiera esperarse de sus años y achaques, aderezóse don Mateo para salir. Su esposa y su hija estaban, como de costumbre, en la iglesia. Pidió el desayuno. No puedo dárselo, señor. La señora, se ha llevado las llaves, y no hay chocolate fuera. ¡Siempre lo mismo! murmuró el anciano, no tan enojado como debiera.
Lázaro, nuevo en aquella casa, no había tenido ocasión de penetrar el carácter de la persona que tenía delante en el momento de su desayuno.
La pareja de los viejos Hellinger, sentados a la mesa para el desayuno, presentaba la imagen de la tranquilidad y de la serenidad más perfectas.
El que tiene ánimo para conservar los naipes hasta el fin, éste se salva. Y añadió el filósofo y jugador de una pieza, con alegre irreverencia: Estoy orgulloso de servir al Señor, y me obligo a morir en su ejército. Pasaron tres días, y el sol, a través de las blancas colgaduras del valle, vio el cuarto a los desterrados repartirse las reducidas provisiones para el desayuno.
Como todo lo que yo prometo, aunque me esté mal el decirlo. ¡No sabe usted la alegría que me da con la promesa! Cuando te digo, Nieves, que hasta lo de Caparrota se compuso... y mira, mira, hasta lo de nuestro desayuno, que empezaba a darme mucho en qué pensar por su tardanza.
Palabra del Dia
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