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El periódico traía al principio una narración que se llamaba: «El duelo de Shanti Andía», y contaba mis amores con Dolorcitas en Cádiz y mi desafío con el marido, todo arreglado de tal manera, dicho con tal perfidia, que yo aparecía como un miserable completo. El artículo me produjo una cólera profunda y determiné insultar y abofetear a Machín la primera vez que lo encontrara.

Hace presente á su amigo que su derecho es anterior; pero excitados por la pasión uno y otro, se acaloran, pronuncian palabras ofensivas, y su entrevista termina fijando el tiempo y el lugar para un desafío. Cuando Don Pedro llega al sitio, en que ha de verificarse, se cae del caballo y se lastima un brazo.

¿Quiere usted un rompimiento? exclamó deteniéndose de repente y mirándome a la cara, pues íbamos juntos por los paseos del bosque, delante del grupo de nuestros amigos, que no podían oírnos. Mi corazón flaqueó y no pude soportar el desafío de su mirada ni el brillo de su belleza.

«Es, pues, el caso -dijo el labrador-, señor bueno, que un vecino deste lugar, tan gordo que pesa once arrobas, desafió a correr a otro su vecino, que no pesa más que cinco.

Cuando empezaba á soplar por el ventanillo la brisa del alba cayó lentamente en un sueño pesado, un sueño embrutecedor, igual al de los condenados á muerte ó al que precede á una mañana de desafío.

En el acto tercero, Lisardo y Don Félix han regresado á su domicilio; el desafío nocturno fué interrumpido por la llegada de algunas personas, deliberando ambos, entonces, cuál ha de ser su conducta en el estado en que se encuentran las cosas.

¡No! prorrumpió el joven, levantándose de un salto y casi en actitud de desafío. ¡No es así! ¡Yo no puedo creerlo, jamás lo creeré!... Esas fueron sus ideas, cierto; pero sobre sus ideas de muerte, más alto, más potente, debía estar y estuvo, el pensamiento de la vida y del amor. A tampoco me habría costado nada darme la muerte antes de conocerla. Yo tenía razones para odiar la existencia...

Don Juan de Aguilar, caballero sevillano, que en su viaje pasa cerca del lugar del desafío, oye ruido de armas, y abandona á su caballo, para poner paz entre los combatientes, si le es posible; pero llega tarde, y encuentra á Don Pedro bañado en su sangre, y ve huir al matador.

Escudero había aconsejado a su sobrino que saliese unos días de Madrid. Aquel desafío seguramente iba a levantar mucho ruido, los periódicos hablarían, las autoridades acaso hicieran averiguaciones: nada más oportuno que mantenerse alejado hasta que la marejada se calmase.

Nosotros protestamos cuando leemos que la fuerza se antepone al derecho, y aplaudimos cuando en la práctica la vemos hipócrita no solo torcerlo sino ponerlo á su servicio para imponerse... Por lo mismo que amo á España, ¡hablo aquí y desafío el fruncimiento de sus cejas!