Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 2 de julio de 2025
Viviendo el Mosco temía aproximarse a las Carolinas, y después de muerto el dañador causábanle repugnancia estos lugares, que despertaban sus remordimientos. Pero la necesidad borró sus escrúpulos, y emprendió la marcha hacia aquel suburbio de Tetuán.
Estos aprendices de dañador traían la barra pendiente del hombro por medio de una cuerda, como si fuese un fusil, y se pavoneaban entre los grupos con cierto orgullo, satisfechos de participar de los peligros y aventuras de los hombres. Cada cuadrilla llegaba con un grupo de perros.
El célebre «dañador» de las posesiones reales merecía por sus hazañas hasta el respeto de los cazadores de la Sierra, y eso que éstos miraban como rateros cobardes a los camaradas de las afueras de Madrid que vivían del huroneo en los bosques de El Pardo.
El perro salía en su persecución al través de los jarales: las dos bestias tronchaban las ramas con el impulso de su carrera, producían un estrépito de huracán, y tras ellas corría el dañador de ligeras abarcas. Puesto en ama, al alcanzar el corzo, le mordía entre las patas traseras, en el órgano más sensible, y la bestia quedaba en el suelo mugiendo de dolor, hasta que el Mosco la daba muerte.
La muerte del Mosco impresionó mucho a Maltrana. Pensó con remordimiento que tal vez tenía él cierta intervención en esta catástrofe. El dañador, empujado por la cólera, se había entregado a sus expediciones arriesgadas, como si retase a la muerte.
El señor Manolo se presentó varias veces en la casa para dar cuenta a los dos jóvenes de la exigua herencia del Mosco. Iba vendiendo a las gentes de Tetuán los famosos perros del dañador, sus enseres de caza, todo lo que contenía la casucha de las Carolinas. Llegó a reunir así unos sesenta duros, que entregó a Feli, guardándolos ésta sin decir nada a Isidro. Bien necesitaban el dinero.
Maltrana y el señor Manolo, oyendo al famoso dañador sus propósitos de no arriesgarse aquella noche, recobraban la tranquilidad. Les había encogido el corazón al oír a aquellas gentes que hablaban de heridas, de palizas y de presidios, como incidentes naturales de su oficio. ¿Tú estás seguro de que no tropezaremos a los esbirros? preguntó el señor Manolo a su hermano.
Se había familiarizado con la posibilidad de este suceso durante los años de su vida en las Carolinas al lado del dañador. Apenas si lloró. Permaneció anonadada, embrutecida por la sorpresa. Maltrana, al volver a casa por la noche, vio sus ojos enrojecidos, como si al encontrarse sola sintiese con más intensidad la desgracia, entregándose largas horas al llanto.
Palabra del Dia
Otros Mirando