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Actualizado: 8 de mayo de 2025
En las bocacalles por donde se descubría un cacho de mar, el señor de las Cuevas solía detenerse un momento para echar una ojeada escrutadora. Por ahora bonanza. Dentro de poco terral. ¿Las ves? dijo con expresión de triunfo al cabo de un instante. ¿Qué? Las lanchas, hombre, las lanchas. ¡Cómo lo han olido! No veo nada, repuso Gonzalo sacándose los ojos por columbrarlas en el horizonte.
Allí no estaba mal; además, pensaba en el «cartel» que podía darle un largo encierro, en la admiración con que acogerían su salida los golfos albergados en las cuevas de los alrededores de Madrid.
No dijo el contrabandista, a quien la reflexión de Hullin sobre las cuevas había impresionado ; no, si se piensa bien, no te falta razón. Juan Claudio, dispongo de varios hombres con buenas armas; defenderemos el Falkenstein, y si se presenta la ocasión de dar un balazo, así estaré más libre. Entonces, ¿es asunto concluido y perfectamente comprendido? preguntó Hullin. Sí, sí; comprendido.
Todo eran desmontes, cuevas para gente mala; a Dios le quitaban la capa así que cerraba la noche; y ahora anda uno por allí, y todo son calles y más calles, y luz eléctrica, y adoquines, y asfaltos, donde estos ojos pecadores vieron correr conejos... Los antiguos cementerios han quedado dentro; los pobres que vivimos cerca de ellos vamos en retirada, y acabaremos por acampar más allá de Fuencarral.
Su espíritu observador notó en la iglesia un filón menos obscuro y triste que el de las cuevas de allá abajo. «El cura no trabajaba y era más rico que su padre y los demás cavadores de las minas. Si ella fuera hombre no pararía hasta hacerse cura.
A mano derecha está la puente de Triana , de madera, sobre trece barcos. Y más abajo, en el margen del celebrado río, las Cuevas, monasterio insigne de la Cartuja de San Bruno, que, con profesar el silencio mudo, vive a la lengua del agua .
Sabían que en el «Palacio de Cristal» había descalabrado a dos compañeros de los más audaces y que en todas las cuevas del Príncipe Pío, por su labia y por la facilidad con que empalmaba la navajilla, no le disputaba nadie el mejor sitio para dormir y las primeras hembras del rebaño de vendedoras de periódicos y explotadoras de señores viejos que seguían a los golfos en sus antros.
27 Les dirás así: Así dijo el Señor DIOS: Vivo yo, que los que están en aquellos asolamientos caerán a cuchillo, y al que está sobre la faz del campo entregaré a las bestias que lo devoren; y los que están en las fortalezas y en las cuevas, de pestilencia morirán. 29 Y sabrán que yo [soy] el SE
Otras veces, con los ojos brillantes de codicia, hablaba de enormes caudales que los moros, los romanos y otros marineros rojos, a los que llamaba los mormandos, habían enterrado en cuevas de la costa, tapiándolas después.
Eso es lo que se llama «edad de piedra», cuando los hombres vivían casi desnudos, o vestidos de pieles, peleando con las fieras del bosque, escondidos en las cuevas de la montaña, sin saber que en el mundo había cobre ni hierro allá en los tiempos que llaman «paleolíticos»: ¡palabra larga esta de «paleolíticos»! Ni la piedra sabían entonces los hombres cortar: luego empezaron a darle figura, con unas hachas de pedernal afilado, y ésa fue la edad nueva de piedra, que llaman «neolítica»: neo, nueva, lítica, de piedra: paleo, por supuesto, quiere decir viejo, antiguo.
Palabra del Dia
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