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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Me han agradado tanto estos cuentos que no sé resistirme a la tentación de poner un par de ellos en castellano.
Este rival del mayordomo era el propagandista más asidao de las versiones contra el ministro, y tengo la seguridad de que la mayor parte de los cuentos que circulaban en la Casa de Gobierno, como una cosquilla, eran hijos de su labio maldiciente.
Al principiar la Alameda de Acho y en la acera que forma espalda a la capilla de San Lorenzo, fabricada en 1834, existe una casa de ruinoso aspecto, la cual fué, por los años de 1788, teatro no de uno de esos cuentos de entre dijes y babador, sino de un drama que la tradición se ha encargado de hacer llegar hasta nosotros con todos sus terribles detalles.
Desde antes que ella tuviera lugar, mi imaginación estaba convulsionada por los cuentos de los sirvientes de mi casa y por las conversaciones animadas de sobremesa que sostenía mi tía con sus relaciones.
Y viendo que al contrario se hacia, Al contrario mandó: y así fué sana Su nave por los diablos marinada; ¡Y quien duda que fué de Dios guardada! Mil cuentos semejantes yo pudiera Decir aquí, mas solo por aviso A todos doy por cosa verdadera, Que si quieren gozar del Paraiso, No traten con Satán.
Muchos años después de publicadas las líneas arriba citadas, que aparecen en sus "Cuentos dos veces referidos," el castigo especial aludido en ellas vino á transformarse, merced á una completa elaboración mental, en el argumento de La Letra Escarlata.
Allí estaba, pues era punto fijo en la tertulia, un señor Novillo, apoderado político del duque y edecán de la duquesa. Este Novillo tenía sus pujos de señorón, pero a mí me hacía el efecto de un criado vestido con el traje de día de fiesta. Hablaban todos, menos mi padre, siempre guiados por la duquesa, de chismes y cuentos locales.
Deseaba conocerle, y por las noches, engañando las dos su tristeza con charlas y cuentos, le pedía noticias de él y de sus sobrinas y hermanas, de cómo estaba puesta la casa, y del gasto que hacían; a lo que contestaba Benina con detalladas referencias y pormenores, simulacro perfecto de la verdad.
La credulidad morisca, pintoresca e imaginativa como la de los griegos, supuso que andaban encantados por las cuevas que se abrían por las paredes de aquellos abismos, cuya subida o bajada, siendo inaccesibles, daban mano por este mismo misterio a mil cuentos y supersticiones, y muchos afirmaron haberlos visto suspendidos en medio de aquellos tajos.
Apenas enunciado este nombre, arrepintiose de enunciarlo don Mariano... Pero se arrepintió tarde... Se desmintió, y no le creyeron... No le quedaba más recurso que pedir encarecidamente silencio y reserva al juez de paz... Hacíalo así cuando el juez le interrumpió despidiéndose: Vaya tranquilo, don Mariano, que no lo diré a nadie... ¿Por quién me toma usted?... ¡Detesto los cuentos e intrigas como al propio demonio!
Palabra del Dia
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