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Dan, sin embargo, cierto pavor esos cuadros negros, alumbrados por esas lámparas á medio morir. La falta de costumbre. Indudablemente. Los benditos padres no se encontrarían muy bien en un campo de batalla, como yo me encuentro aquí muy mal; corre un viento que afeita, y se hace sentir aquí mucho más que en el campo.

Muchos son los cuadros que se han perdido del clérigo Roelas, pues en Sevilla llegaron á reunirse en diversos templos hasta cuarenta y siete grandes pinturas de este artista, siendo no pocas de ellas las que pasaron á poder de particulares, y por desgracia salieron después de nuestra ciudad y de la península.

Había allí una luz atenuada, tranquilidad más íntima y sólo tres o cuatro cuadros de gran tamaño. Inquietud, dicha sobresaltada se apoderaron de Adriana. Una suavidad, que recubría poco a poco los objetos próximos, los aislaba del mundo como con un velo.

Muchas nos ofrecen cierta analogía con los cuadros sentimentales de familia, tan de moda en los modernos teatros, aunque los de Lope se distinguen de ellos por su poesía más elevada.

Crecen á espaldas de esta torre vastas y deleitosas huertas cuyos cuadros matizados de flores verdean agradablemente bajo la sombra de árboles frutales; estiéndese tras estas huertas la Arrizafa, el ameno vergel en que suponen lloró Abd-el-rhaman I recordando á la vista de una palma el suelo de su patria.

Y se ensañó el buen hombre, fantaseando cuadros domésticos, idílicos y bucólicos; pero ¡cosa rara! cuanto más clamoreaba la zampoña de Virgilio y Garcilaso, más indiferente y fresca iba mostrándose Nieves. ¡Cómo demonios era aquello?

De estos cuadros, que permanecieron en dicho convento hasta 1810, fueron algunos, tras bastante tiempo, llevados al Museo Provincial, donde en la actualidad se encuentran, á más de dos medios puntos en tabla que representan á San José y el Niño trabajando, y la muerte del mismo santo.

Y, preciso es confesarlo: las praderas y valles del lugar de don Silvestre, como toda la Montaña, superaban en perspectiva á todos los cuadros que se imaginaba el señor de la corte: en esta parte era feliz el amigo de don Silvestre.

Pero... el señorito..., ¿qué tiene que ver el señorito...? El cura de Naya saltó a su vez, sin que ninguna mosca le picase, y prorrumpió en juvenil carcajada. Julián, comprendiendo, preguntó nuevamente: Luego el chiquillo... el Perucho.... Tornó don Eugenio a reír hasta el extremo de tener que limpiarse los lagrimales con el pañuelo de cuadros.

Y así fue esta vez. Es más; si la media de Obdulia no hubiera sido escocesa, tal vez el mozo no hubiese perdido la tranquilidad de su reposo idealista; pero aquellos cuadros rojos, negros y verdes, con listillas de otros colores, le volvieron a la torpe y grosera realidad, y Obdulia notó en seguida que triunfaba.