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Actualizado: 8 de octubre de 2025
Durante este tiempo, madama Scott conversaba con el cura, y Juan, mientras respondía a las preguntas de los niños, no dejaba de mirarla. Llevaba un traje de muselina blanca, pero ésta desaparecía bajo una verdadera avalancha de voladitos de valencianas. La bata estaba abierta en cuadro por delante.
En los cristales: Trajes de casa y de librea. En un recodo que hace la calle: Al palacio de cristal. Más arriba: Al palacio de cristal. Vestidos para hombres y niños. Más abajo, en un cuadro de hoja de lata ó de metal dorado: Vestidos para hombres y trajes para niños. Este aviso está en francés, inglés y aleman. Sobre otra puerta: Al palacio de cristal. Ropas de casa.
Como muestra de la incuria de nuestros abuelos y de lo incompletas que son las noticias referentes a Velázquez reunidas por Palomino, basta decir que éste cita Las Lanzas con sólo estas palabras: «En este tiempo pintó también un cuadro grande historiado de la toma de una plaza por el señor don Ambrosio Espinola, para el salón de las comedias en el Buen Retiro, con singular eminencia.»
De seguro todas. Por lo tanto, al capitán ya lo conocemos. En cuanto á mi amigo, completaremos el cuadro con cuatro brochazos.
Con seguridad iba a descubrir mi secreto, y no iba a poder continuar mis lecturas queridas. Inmediatamente corrí a buscar otras novelas más, que llevé a mi cuarto y las reemplacé en los estantes con libros tomados al azar; pero a pesar de mis precauciones, tenía, por cierto, que el cuadro de papel con que había substituido al vidrio roto, era un indicio acusador.
La carne que comen es de ciervos, puercos, avestruces y conejos, que, excepto en la cola, se parecen á los gatos. De aquí navegamos á los indios Mepenes, que viven esparcidos, ocupando 40 leguas de país en cuadro, y pueden juntarse por mar y tierra en dos dias, 10,000 indios de guerra; y es mayor el número de canoas, de las cuales en cada una, caben 20 indios.
Se incorporó en el lecho, y con lentitud embarazosa principió a desabotonarse la camisa. Al fin descubrió su enorme pecho musculoso. ¡Buen cuadro para antes de comer! exclamó avergonzado, repitiendo la idea expresada por su esposa. Cecilia no contestó. Se puso a examinar la llaga, cubierta a medias por la piel que Ventura no había acabado de cortar.
Ana pensaba también en su Quintanar. Todo aquello era por él, cierto; era preciso agarrarse a la piedad para conservar el honor, pero ¿no había otra manera de ser piadosa? ¿No había sido un arrebato de locura aquella promesa? ¿No iba a estar en ridículo aquel marido que tenía que ver a su esposa descalza, vestida de morado, pisando el lodo de todas las calles de la Encimada, dándose en espectáculo a la malicia, a la envidia, a todos los pecados capitales, que contemplarían desde aceras y balcones aquel cuadro vivo que ella iba a representar?
Entonces el cuadro que se presentó a la vista de los que allí se encontraron, fue terrible: en un extremo de la estancia, la cuna de la niña cubierta de hollín: las cortinas se habían encendido, el fuego había invadido las ropas; la desgraciada criatura había muerto quemada, por un descuido de Graciana, que, atolondrada por la fuga, había dejado la bujía a poca distancia de la cuna.
En aquel cuadro de familia, en medio de aquella comodidad mundana que tan bien se armonizaba con su elegancia natural y con su perfecta distinción, nada le recordaba a la modesta empleada y el enamorado estaba bastante entusiasmado para ver en ella la futura condesa de Candore.
Palabra del Dia
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