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Cecilia aun no se ha popularizado entre los ciervos y jabalíes de Bosoboso, S. E. con la banda de música y su cortejo de frailes, militares y empleados no pudo pillar ni un solo raton, ni una sola ave.

También corrieron los portadores de su litera para empuñar los brazos de esta caja portátil. Todo el cortejo universitario, que ya empezaba á fatigarse de una visita larga y sin incidentes, se aglomeró en los escotillones para deslizarse por las cuatro rampas arrolladas á las patas de la mesa. Flimnap se despidió de su protegido con breves palabras: -Vendré mañana, gentleman.

El cortejo entró en el cementerio, pero no por la puerta principal, sino por una especie de brecha abierta en la tapia del corralón inmundo, estrecho y lleno de ortigas y escajos en que se enterraba a los que morían fuera de la Iglesia católica. Eran muy pocos. El enterrador actual sólo recordaba tres o cuatro entierros así.

MUCHAS VOCES. ¡Al agua, al agua! LA JOVEN. Bravo, señores, la Virgen os bendecirá; llevad su cinta verde y su cabeza al alcalde, y no os faltarán los doblones ni las indulgencias para la Cuaresma. LA MULTITUD. ¡Bravo! ¡Viva el rey absoluto! UN MARINO. ¡Silencio, hijos míos, silencio! he ahí el cortejo que ya empieza a desfilar. ¡Vive Dios! es un hermoso día para .

Alrededor de esta mujer había, sentados en el suelo, dos chicos y una muchachuela, tan sucios y mal ataviados como ella, de quien eran dignos vástagos. El cortejo fué penetrando acompasadamente en la sala. Los hombres formaron una línea contigua á las paredes, y las mujeres otra, algunos pasos más al centro.

Silbó la locomotora, prolongada, triste, agudamente; lanzó después sordos bufidos de angustia, cual si le costase esfuerzos supremos remover el cortejo de vagones que le seguían; por último, empezó a caminar suave y majestuosamente; después con más celeridad, aunque no mucha.

Gillespie, mientras tanto, había levantado el brazo que servía de refugio á los dos amantes. Al ver Popito que el cortejo universitario había abandonado ya la planicie de la mesa, se dirigió hacia uno de los escotillones, despidiéndose antes de Ra-Ra con varios besos. Volveré dijo apresuradamente, ahora que conozco tu escondrijo.

Un cortejo de privaciones, el largo rosario de las economías, desfiló ante él: nada de viajes, nada de caballos, nada de partidas de placer. Después, se abismó en visiones, para él aterrorizadoras: un sastre de segundo orden, una mujer mal vestida, obligada a frecuentar los ómnibus y los tranvías.

También llegaron a nosotros las oraciones fúnebres que en tal ocasión pronunciaron los más famosos predicadores del tiempo. El cortejo fué llevado por la calle de Cantarranas para que Marcela pudiera verlo desde su convento.

¿Qué otra cosa puede esperarse de gaznápiros como Dechard y De Gautet? ¡Ojalá hubiera estado yo allí! ¿Y el Duque se mezcla en el asunto? No es eso precisamente. Quien quiere mezclarse soy yo. ¿Y ella prefiere al Duque? ¡, la tonta! Pues bien, ya conoce usted mi plan, y piénselo dijo; e inclinándose, espoleó su caballo y partió en seguimiento del fúnebre cortejo.