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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Mi amo miró sonriendo una mala estampa clavada en la pared, y que, torpemente iluminada por ignoto artista, representaba al Emperador Napoleón, caballero en un corcel verde, con el célebre redingote embadurnado de bermellón.

Dentro de él caben infinitas combinaciones, bellas e interesantes, según el número y distribución de los asaltos y lo sangriento de la lucha; según la calidad del novio, que puede ser caballero y trovador o caballero solamente; el carácter del paisaje, que puede estar cerca del oceano o en lo interior de la sierra; el corcel del amante, que puede ser blanco, negro o alazán, etc., etc.

y la furia con que bate los ijares del corcel, desgarrándolos cruel con el agudo acicate; y el siniestro, el ronco grito con que excita al corredor, el aspecto aterrador le dan de un genio maldito. Fieros, el rastro siguiendo, ante el rápido corcel, vienen perros en tropel ladrando, aullando, latiendo.

Mas si los dos al orbe prestan lumbre, los dos a un tiempo forman un tesoro. Poesía árabe. ¡Cuán dichoso es el árabe cuando, montado en su corcel, se lanza, desde las rocas en el desierto; cuando los pies de su bridón, sumergiéndose en la arena, levantan el mismo murmullo que el hierro ardiendo mojado en el agua!

Sobre una mesa del siglo XVIII veíase una imagen policroma de San Jorge pisoteando moros bajo su corcel; y más allá la cama, la imponente cama, monumento venerable de la familia.

En su nicho está S. Martin titalar de esta parroquia castrense, de escultura moderna, á caballo en trage romano, representando la acción de dividir con la espada su manto para dárselo á un pordiosero. La figura de este es bastante regular, y la de S. Martin seria completa, si su actitud fuese mas animada, y en el corcel se imitase mas la arrogancia de un caballo de batalla.

Pedro se había ido animando poco á poco. Sus grandes ojos negros giraban descompasados con fiera expresión. Su crespa cabellera erizábase como la crin de un corcel de guerra. La condesa le miraba con susto. ¡Qué atrocidad! exclamó. ¡Qué gustos tan bárbaros tenéis los hombres! Tiene usted razón, señorita; bien mirado, ¿habrá bestialidad mayor que la guerra?

Ahí está el barón y su criado dijo Manuel Antonio. Era la hora, en efecto, en que el excéntrico barón de los Oscos salía a dar su paseo habitual por las calles de Lancia. Su famoso caballo las desempedraba haciendo cabriolas, levantando tal estrépito que, aun siendo el corcel de su criado mucho más paciente, parecía que atravesaba la ciudad un escuadrón.

Palabra del Dia

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