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Actualizado: 15 de junio de 2025
Con este espectáculo lloraban de alegría los neófitos, dando mil gracias al Redentor, de cuya sangre se veían tan claros y manifiestos los efectos en la conversión de esta gente; pero incomparablemente mayor era el júbilo del P. Lucas, que inundado el corazón de celestiales consuelos, volviéndose á mirar al cielo, exclamaba: «Conténtome, Dios mío, en paga de mis trabajos y sudores, con ver que las criaturas os reconocen por su Criador y Señor.
Cuando yo conquistaba a mi zapatero, un demonio de Granada que cometió enormes sacrilegios, y cuya conversión no sé si se la habrá contado don Isidro, entonces pasé meses y aun años acostándome después de la salida del sol.
Parece, sin embargo, que la conversion de estas naciones salvages no se efectuó sin que costase la vida á algunos religiosos ; pero esto nunca hizo flaquear la constancia de los Jesuitas, que persistieron en su propósito hasta someter la provincia entera.
Nuestros Jesuitas, teniendo mucho que ofrecer á Dios en estos lances, como menos acostumbrados, hallaban alivio en acordarse de los peligros y naufragios que San Pablo y San Francisco Xavier, patron del viage, padecieron en la misma demanda de la conversion de los infieles, y con esto mismo procuraban consolar á toda la gente.
Los bebederos ó templos donde se colocaban las cabezas de los tigres y de los enemigos muertos en el combate, fueron tambien destruidos. En 1682 habiendo llegado á Moxos otros muchos misioneros, se dedicaron á dar la última mano á la conversion de los naturales.
Tiempo hacía que Juan Pablo tenía un proyecto de conversión de su deuda flotante, proyecto vasto, para cuyo éxito necesitaba el concurso de la casa Rostchild, por otro nombre, su tía. Respecto a la necesidad del empréstito, no cabía la menor duda; era cuestión de vida o muerte.
María Antonia, por primera vez después de su conversación y olvidada de su conversión, le dirigió entonces una mirada larga, fogosa, dulce y llena de promesas. Aproximando luego su rostro al de él, hasta el punto de que penetró por su boca y por sus narices el aliento de ella, dijo ella quedito y con desmayada dulzura: Ven de noche a casa. Nadie te verá y no lo sabrá nadie.
Tan profunda y sincera había sido su conversión, que a veces se sentía iluminado por lampos de la antigua fe; pero luego lo rodeaban nuevamente las tinieblas más espesas. Y en la alternativa de la duda, encontraba otra vez con mudo y desesperado terror, a su otro yo, al hombre de tiempos pasados que creía haber sepultado ya dentro de sí mismo.
El pícaro del boticario colgaba a Serafina el milagro de esta conversión, y aun se atrevía a sostener que la señora doña Inés hacía la vista gorda y no se percataba de tal milagro, cuya comodidad y baratura no podía menos de celebrar en el fondo del alma.
Cuáles y cuántos fuesen, no lo refiere el Padre por extenso, pero sí explica lo bastante para comprender el valor y aliento que tenía en los negocios del servicio de Dios. Otros, con más errado juicio, decían que se perdía inútilmente el tiempo y el trabajo en la conversión de pocos cuando había cerca tantos países donde á menos costa se ganaría para Dios muy grande multitud de almas.»
Palabra del Dia
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