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Además de las obras aquí mencionadas por Pacheco hizo Velázquez en Venecia copias de la Crucifixión y la Cena del Tintoretto: en Roma del Parnaso, El incendio del Borgo y la Disputa del Sacramento, de Rafael, y del Juicio final, de Miguel Ángel: mas teniendo en cuenta el poco tiempo que allí permaneció y la gran cantidad de trabajo que esta labor implica, es de suponer que sólo hiciese estudios fragmentarios, apuntes aislados, y así lo indica Palomino cuando dice que hizo «varios dibujos, unos con colores, otros con lápiz». De la villa Médicis trajo los dos preciosos paisajes que, con los números 1.106 y 1.107 se conservan en nuestro Museo del Prado.

Esto es una sinfonía de colores, una verdadera sinfonía. ¡Sinfonía de colores! Una fraséenla que había pescado en una de esas críticas que hablan del «colorido» y el «dibujo» de la música y la «armonía » y los «acordes» de la pintura.

Horádanse las orejas y el labio inferior, del cual cuelgan plumas de muchos colores, y de éste traen pendiente un pedazo de estaño; llevan también en la cintura una bellísima faja de plumas muy vistosas por la diversidad y proporción de los colores.

Tirso es como un encantador, que sabe tomar las formas más opuestas. Cuando creemos conocer perfectamente los rasgos de su fisonomía, nos muestra en seguida otros completamente diversos. Son tan ricos los brillantes colores de su poesía, que se burlan de todos los esfuerzos posibles para expresarlos y reproducirlos debidamente.

Brillaban sus ojos de vidrio, como si lagrimeasen de emoción contestando a las aclamaciones de los fieles, y a este brillo uníase el centelleo de las joyas que cubrían su cuerpo, formando una nueva armadura de oro y pedrería sobre la de terciopelo bordado. Eran centenares, eran tal vez millares. Parecía mojada por una lluvia de gotas luminosas, en las que flameaban todos los colores del iris.

Donde quiera casas de igual altura, con puertas, ventanas, techos, piedras y colores matemáticamente iguales en todo y por todo; de manera que cada cuadra parece una sola casa, y que al volver cada esquina cree uno haber comenzado á recorrer de nuevo la misma calle que acaba de transitar.

La primera manifestación que hizo de sus ideas acerca de la libertad humana y de la propiedad colectiva consistió en meter mano a las velas de colores. Una de las niñas llevó tan a mal aquella falta de respeto, y dio unos chillidos tan fuertes que por poco se arma allí la de San Quintín. «¡Ay Dios mío! exclamó Benigna . Vamos a tener un disgusto con este salvajito...».

Calzaba medias azules y zapatillas de «cintos» negros y tenía echado sobre los hombros un gabanote obscuro, forrado de tartán de muchos colores. Nada de corbatín ni siquiera de cuello alto ni planchado.

Cerca de la cuarta parte de esta cámara ocupábalo un montón de paquetitos envueltos en papel de varios colores, que para cualquiera que por primera vez entrase en ella, sería un misterio. No lo era para Gonzalo ni para ninguno de los íntimos de la casa. Aquellos paquetes guardaban palillos de dientes.

Cuando los caballos destripados soltaban su sangre sobre ella como un cántaro que se desfonda de golpe, Gallardo pensaba en los colores de la bandera nacional, los mismos que ondeaban en el tejado del circo. Las plazas, con sus diversas arquitecturas, también influían en la imaginación del torero, agitada por las fantasmagorías de la inquietud.