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Los mismos Pinzones, que eran en su tierra notabilídades de campanario por haberse hecho ricos con los viajes a Oriente y al Norte de Europa y se mostraban tan convencidos como Colón de la posibilidad de los descubrimientos, no habrían conseguido ser escuchados al proponer la gran empresa sin profecías bíblicas y textos clásicos, basándose únicamente en su experiencia de pilotos.

Luis de Torres, judio converso, intérprete. Domingo de Lequeitio. Lope, calafate. Jacome el Rico, Genovés. Pedro Terreros, maestresala. Rodrigo de Jerez, de Ayamonte. Ruiz García, de Santoña. Rodrigo de Escóbar. Francisco de Huelva. Rui Fernández de Huelva. Pedro de Soria. Pedro de Bilbao, de Larrabezua. Pedro de Villa, del Puerto. Diego de Salcedo, criado de Colón. Pedro de Acevedo, paje.

Posible será que los castellanos, navegando siempre hacia el Occidente por ese mar recién descubierto se alejen cada vez más de la India. Y posible será que los portugueses yendo siempre en dirección contraria a la que el sol sigue, no aporten jamás a las regiones visitadas ya por Colón, Cortés y Balboa.

Y el que navegue hacia Oriente, como navegaremos nosotros cuando salvemos el obstáculo que África nos opone, podrá volver también a su patria por opuesto camino si encuentra modo de salvar el valladar que el Nuevo Mundo de Colón le ofrece.

La carta ó mapamundi de Juan de la Cosa, documento fehaciente como obra del maestre y propietario de la nao capitana de Colón, representa á las carabelas en la tierra nuevamente descubierta, ostentando en el palo mayor el estandarte real de Castilla, que era de figura rectangular con las puntas exteriores redondeadas, en forma de escudo; cuartelado de rojo y blanco, con castillos de oro y leones de gules.

Ofrece sobre el particular un dato importante el Diario de Colón en su primer viaje, pues dice el 10 de Enero de 1493 que La Pinta entró en un río cuya barra tenía dos brazas de agua; es decir, 12 pies. La Santa María era de más calado.

Fue la Pinta la que avistó, a las dos de la mañana, la isla de Guanahaní, y Rodríguez Bermejo el que dio el grito de «¡Tierra!...». Pero Colón, al volver a España, dijo que era él mismo quien a las diez de la noche, o sea cuatro horas antes, había visto una luz «como una candelica subiendo y bajando», y que esta luz procedía de la isla.

No era el Fusang el mundo de Colón, sino un país imaginario donde la fantasía vulgar y materialista de los chinos ponía mayor fertilidad, abundancia y riqueza que los europeos pusieron más tarde en el Dorado. Lo único cierto era que más al oriente del Japón poco o nada conocían los chinos.

Estos bienes eran un mortero de mármol, que estaba en poder de un hijo de Colón y siete libros, que constituían toda su fortuna.

Desde las alturas de la Alhambra yo había vivido cinco días con mi patria, evocando todas las epopeyas de su historia, desde la época de Colon, Balboa y Jiménez de Quesada.