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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Así quería Pepillo que fuesen con él las personas y criados que le trataban y servían; así quería que fuese Gabriela, la cual no cesaba de corregir en el niño cuanto en él observaba contrario a una buena educación. Pero el pobre niño no sufría las reprensiones de su hermana, se revelaba contra ella y la colmaba de insultos. La joven apelaba a sus padres pero éstos rara vez la escuchaban.
Nuestras conversaciones eran unas salvas de injurias. Yo le colmaba de maldiciones y él me insultaba groseramente con su seguridad de poseerme. Vino para nosotros la época de los apuros; las deudas crecían y los acreedores se volvían exigentes.
Las miradas de Luciana me imploraban y me daban las gracias al mismo tiempo, mientras leía yo en ellas no sé qué sombrío y trágico que me espantaba. ¿Qué me oculta? me pregunté. Tenía el presentimiento de que no me lo había dicho todo. La buena señora de Grevillois, entretanto, me colmaba de cumplidos y de excusas por verse obligada a despedirme.
La certidumbre de ser amado por ella le colmaba de una alegría tan límpida, que en su ser no quedaba ninguna otra energía para ningún otro objeto. La esperanza florecía en la sombra, ocultamente. Las palabras no la expresaban porque ella no lo necesitaba: debía, por el contrario, permanecer sigilosamente guardada. Su vitalidad era tan frágil, que no habría resistido al menor choque.
Diríase que la Providencia cristiana, no menos caprichosa a veces que la pagana Fortuna, se había propuesto abrumarle de bienes positivos, negándole los que su corazón apetecía, y le colmaba de frutos riquísimos sin dejarle ver y gozar la flor hermosa del amor. Desde la visita al palacio de Aransis empezó la tal Providencia a divertirse con él.
¡Farsante! gritó . Ni siquiera te ha tocado la Chula. ¿Y tú, para qué vas a meterte con ella? Un día te come media nalga, y después lagrimitas. ¡A callarse y a reírse ahora mismo! ¿En qué se conocen los valientes? Diciendo así, colmaba de vino su vaso, y se lo presentaba al niño que, cogiéndolo sin vacilar, lo apuró de un sorbo. El marqués aplaudió: ¡Retebién! ¡Viva la gente templada!
Pero esto no colmaba su deseo, no satisfacía su amor propio, sería un placer efímero y una venganza... ¡y además era casi imposible! Pocas veces se había atrevido a visitar a la Regenta, que no le recibía si no estaba don Víctor en casa.
Con una condescendencia rara en ella, colmaba a aquellas señoras de atenciones y de regalitos, les enviaba frutas de su jardín y flores de su estufa y hasta invitaba a su hijo a unir al envío alguna banasta de caza.
Palabra del Dia
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