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Actualizado: 29 de junio de 2025
Mas que á horror movido á compasion Candido le dió á este horroroso pordiosero los dos florines que de su honrado anabautista Santiago habia recibido. Miróle de hito en hito la fantasma, y vertiendo lágrimas se le colgó al cuello.
El domador obligó a ponerse de pie varias veces al oso, y a bailar con el palo cruzado sobre los hombros y a tocar la pandereta. Luego soltó un perro que se lanzó sobre el oso, y después de un momento de lucha se le colgó de la piel. Tras de éste soltó otro perro y luego otro y otro, con lo cual el público se comenzó a cansar.
A veces imagino que la cigüeña vino de la India, donde pasó el invierno, y que los versos son obra de algún brahman, Rajá o nababo muy ilustrado, y, a veces, sospecho que bien puede ser algún erudito compatriota nuestro quien compuso los versos y quien colgó la tela al cuello de la cigüeña para embromar al que la encontrase.
Y como queriéndome dar confianza, agregó: ¡Pero usted es un hombre! ¡Señora... señorita!.... Y a una finísima mirada de don Benito, imperceptible casi, yo extendí mi brazo y Blanca se colgó de él con franco y dulce abandono. No podía darse un retrato más semejante a Fernanda.
Apenas dijo estas últimas palabras Sancho, cuando volvió a sonar la música de las chirimías y se volvieron a disparar infinitos arcabuces, y don Quijote se colgó del cuello de Sancho, dándole mil besos en la frente y en las mejillas.
En las paredes del salón como desusada maravilla, colgó Juan cuatro platos castellanos, de los que los conquistadores españoles embutían en las torres.
Ya en esto, el cura se había concertado con los cuadrilleros que le acompañasen hasta su lugar, dándoles un tanto cada día. Colgó Cardenio del arzón de la silla de Rocinante, del un cabo la adarga y del otro la bacía, y por señas mandó a Sancho que subiese en su asno y tomase de las riendas a Rocinante, y puso a los dos lados del carro a los dos cuadrilleros con sus escopetas.
Lo que las musas lloraron este enlace, no es para contado; porque viéndose en la holgura, trocó el escritor los poco nutritivos laureles por la prosáica hartura de su nueva vida; y cuéntase que colgó su pluma de una espetera, como Cide Hamete, para que de ningún ramplón novelista fuera en lo sucesivo tocada.
Construyó con hojas de palmera su cobertizo techo y pared sur dió nombre de cama a ocho varas horizontales, nada más; y de un horcón colgó la provista semanal.
Al tiempo que en la horca esta subido, De su conciencia y alma temeroso, Pública como en todo habia mentido Por medio del tormento riguroso, A voces testimonio fué pedido De aquello que allí dice, y el furioso Verdugo le colgó, que está compuesto Que hiciese el oficio muy de presto.
Palabra del Dia
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