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Actualizado: 12 de julio de 2025
¿Trujo la tierna paloma En el pico de clavel Al arca la verde oliva Y á mí el funesto ciprés? ¿Cerca en su claustro al varón Aquella fuerte Mujer, Que en mi soberbia cerviz Me dicen que pondrá el pie, Quedando virgen y madre Del mismo que su Padre es? ¿No hablas? Respóndeme, Abre esos labios, pronuncia Mi muerte...
Sí, comprendo bien lo que usted me dice repliqué, sorprendido sin embargo de su afirmación y cavilando si, después de todo, no estaría tratando simplemente de engañarme. La vida del claustro debe ser de infinita calma y dulzura. Pero si no me equivoco añadí, está usted aquí en espera de nuestro común amigo, Burton Blair, con quien tenía concertada una entrevista.
Cosa justísima y naturalísima que usted haya resuelto eso. Siendo el destino de la una el claustro y de la otra el celibato, ¿a qué viene el consentirles conversaciones con los jóvenes? Es claro... a qué viene... No aprenderían más que cosas malas, pecados... ¡y qué pecados!
El que crea ver en aquellos el reflejo de los antiguos y silenciosos moradores de la celda ó los revoltosos señores de abadías, se equivoca soberanamente; ni tienen la maliciosa reserva y maquiavélica intención del claustro de la Edad Media, ni la turbulencia y fueros de los guerreros-frailes de la Reconquista, feudales señores de almena y mesnada, de cuchillo y caldera.
El montero de Espinosa salió, y al atravesar el corredor que conducía al claustro, dijo: ¡Es extraño! ¡ponerse malo de repente! ¡y á mí me parece que está muy bueno! ¿qué habrá aquí? Apenas había salido Alonso del Camino de la celda, cuando salió de la alcoba el tío Manolillo.
Era el mensajero de la juventud y del amor, que llegaba á tiempo de arrancar al claustro una vida que por ningún concepto le estaba destinaba.
Esperarán en el claustro de la capilla, donde convendrá que el lector les refresque la memoria sobre el tema Gesta beati Benedicti. Así se evitará toda conversación ociosa y toda ocasión de liviandad. Una vez solo el abad, volvió á fijar sus miradas en las páginas caprichosamente iluminadas de su breviario y permaneció en aquella actitud basta que hubo entrado en la sala el último de los monjes.
Pero ni en la santidad del claustro hay espíritu tranquilo, y aunque no mundana, sino muy ascética, fray Venancio tenía una preocupación constante.
Entró.... Dos o tres, estancias oscuras llenas de muebles viejos y de objetos de culto, de esos que bien podrían llamarse decoraciones, tales como cortinas, escalinatas, templetes, pabellones, piezas de monumento, etc., separaban el coro del claustro alto. Los asesinos no habían penetrado aún allí.
Singular extravío de tu espíritu interpuso con calma el Padre Ambrosio fue el que te trajo al claustro, confundiendo y tomando el despecho por verdadera y santa vocación.
Palabra del Dia
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