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Actualizado: 18 de julio de 2025
Sobre esta mancha azul la madeja luminosa del sol hacía brillar otra de plata poblada de luces trémulas y chispeantes que se extendía en línea recta hacia el Occidente.
En su buena y plácida cara, iluminada por una mirada de sorprendente inteligencia, no se hubiera podido leer ninguna impresión si el brillo malicioso de sus ojos no le hubiera hecho traición. El cura se divertía. Cuando la abuela lo hubo dicho todo, el padre Tomás clavó un instante sus chispeantes pupilas en las de la abuela y se echó a reír. La abuela dio un salto de indignación.
Yo, sin decir nada, procuraba al mismo tiempo que contenía la risa, corroborar con mis actitudes y miradas lo que la condesa decía. Doña Flora, confundida entre la turbación y la ira, miraba a Amaranta y al esperpento, y como viera a este con el color mudado y los ojos chispeantes de enojo, turbose más y dijo: Qué bromas tiene la condesa, Sr. D. Pedro ¿quiere usted tomar un dulcecito?
Llovía y hacía mucho frío. Al principio sólo vi calles fangosas, aceras mojadas que relucían al resplandor de las luces de las tiendas, el rápido y continuo relampagueo de los carruajes cruzándose, salpicándose de lodo, una infinidad de luces chispeantes, como alumbrado sin simetría en largas avenidas formadas de casas negras cuya altura me parecía prodigiosa.
Pero cuando entró el P. Narciso, D. Joaquín se puso más grave, ocultando a su compañero aquella dicha inefable, que le retozaba dentro del alma, evitando encontrarse con los ojos alegres, chispeantes de su antigua ama. Aquél sintió en seguida en la nariz el tufillo aromático del cigarro, dirigió una mirada escrutadora a su colega, otra a D.ª Serafina y se puso al tanto.
¿Es que ya no te gusto? preguntó el pintor cínicamente clavándole sus ojos verdosos chispeantes de malicia. Elena le miró fijamente sin turbarse y alzando los hombros profirió con displicencia: Tienes demasiado talento para mí.
Al poner el pie en el locutorio, que encontré lleno como una colmena, me sentí más aturdido que nunca por las tumultuosas confidencias de las jóvenes abejas. Elena llegó con los cabellos en desorden, las mejillas inflamadas, los ojos colorados y chispeantes; traía en la mano un pedazo de pan del largo de su brazo. Me abrazó con un aire preocupado: Y bien, hijita, ¿qué es lo que tienes?
Palabra del Dia
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