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Actualizado: 13 de noviembre de 2025


Era curioso ver á casi todos los ingleses cabalgando como si anduviesen de paseo en Hyde Park, ú otro de los parques favoritos de los fashionables de Lóndres; provistos de sombreros negros de alta copa, lentes ó binóculos, elegantes bastoncitos, delgados botines de charol, levitas ó fracs de aparato, corbatas blancas ó rojas, chales de fina gasa para defender contra los rigores del viento y el sol sus delicadas y afeitadas mejillas, y delgados guantes de cabritilla.

Entretanto los coches venían en vertiginosa carrera, paraban de firme junto á la puerta depositando á la alta sociedad. Las señoras, aunque apenas hacía fresco, lucían magníficos chales, pañolones de seda y hasta abrigos de entretiempo; los caballeros, los que iban de frac y corbata blanca usaban gabanes, otros los llevaban sobre el brazo luciendo los ricos forros de seda.

Los preciosos y bruñidos tafiletes, los grandes chales de algodon y seda, de colores vivos sobre fondo blanco, ó mezclados; los mil caprichos de dibujo y bordado en las mantas rojas de lana, en los cojines y sandalias; los bellos turbantes; la infinidad de joyas y objetos de adorno, de plumas, corales, rosarios, filigranas, cigarreras bordadas de hilo de oro y plata, y mil objetos de uso manual, todo eso despierta la curiosidad por sus particularidades, sus vivísimos colores y sus caprichos de forma, que dan idea del estilo de la industria en Marruecos y los paises vecinos.

Dejando libres sus encantos, iba y venía por el salón, segura de su hermosura, orgullosa de su cuerpo duro y soberbio, que no había cedido aún bajo el paso de los años. Unos chales de colores le servían de vestiduras transparentes. Agitándolos como fragmentos de arco iris en torno de su marfileña desnudez, esbozaba las danzas sacerdotales, las danzas al terrible Siva que había aprendido en Java.

Acurrucada en su butaca al lado de la ventana y envuelta en chales y mantas a pesar del ardiente sol de junio, cuyos rayos espolvoreaban de oro el estrecho despacho, permanecía allí largas tardes con la mirada vaga, sin hablar y acaso sin pensar, las manos inertes, y los párpados medio cerrados como esos pobres pajarillos de las islas que esconden la cabeza debajo del ala sin que nada pueda sacarlos de su sopor.

Palabra del Dia

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