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Hablan de este mozo de chapa algunos autores contemporáneos, y la fama de sus fechorías ha llegado hasta nosotros, presentándolo como tipo acabado de aquellos bravucones que tan admirablemente pintaba Cervantes en Rinconete y Cortadillo, Quevedo en el Buscón y Cristóbal de Chaves en La cárcel de Sevilla.

Y no se engañó, que don Baltasar de Peralta era, que hallando al paso del tumulto por el corredor aquella puerta franca, creyendo que al aposento de doña Guiomar daba, en él entrose, y en mal hora por cierto, que ciego Cervantes de dolor y de rabia, a él se fue omnipotente, de tal manera, que apenas se chocaron las espadas, al suelo vino difunto de una estocada en el corazón don Baltasar, cayendo tal vez, porque Dios lo quiso, junto a doña Guiomar, y tan cerca, que la sangre que de su pecho corría fue a mezclarse con la que del inocente pecho de doña Guiomar había salido.

Nunca aparece tan incomprensible la crítica de Cervantes como en esta parte, porque no es fácil de adivinar, en qué consiste la preferencia que da á estas obras sobre las demás.

De la horrenda tragedia con que se encontró sorprendido y espantado Miguel de Cervantes.

Deshacíase en lágrimas la triste, y Cervantes no podía ver si era joven o vieja, porque a más del manto que su cabeza cubría, caíanla sueltas sobre el semblante dos grandes y pesadas crenchas de negrísimos cabellos; pero reparando bien, y Cervantes reparó, porque tenía el alma viva y potente, y aunque la embargase un cuidado, perspicacia hallaba y reflexión y fijeza para lo que ante él de súbito aparecía, sacábase en claro, que joven y hermosa debía ser, porque unos tales, tan ricos y tan sedosos cabellos, parte eran de una hermosura, y demostración de juventud, y Dios no da comúnmente de una hermosura una parte, sin dar también las otras partes que a un hermoso todo contribuyen.

Con estas noticias creyó conveniente Cervantes dejar por el momento el campo, y volver cuando el encubierto del figón hubiese salido, y para saber cuándo esto sucediese, fue a esconderse detrás de un poste de un soportal que en una rinconada frente del figón había.

Dejaron de aconsejarle más, cuando esta determinación le oyeron, el bachiller y su amiga, porque pensaron que para los dolores del alma no hay otro mejor remedio que el tiempo, y tuvieron por seguro que este gran remedio había de producir su efecto en Cervantes.

Cervantes, sin embargo, así en La Galatea como en el Pérsiles, en no pocos versos y hasta en sus comedias y entremeses, da clara muestra de su brillante ingenio y acierta a poner el sello individual que le caracteriza, le distingue y le eleva sobre la multitud de escritores contemporáneos suyos.

Y Cervantes que esto vio, turbado con lo que le acontecía, abriéndose el coleto, la dijo con voz serena, pero triste y apenada.

También llegaron hasta el Nuevo Mundo ramas del tronco principal. A principio del siglo XVI encontramos un Juan de Cervantes de corregidor de Osuna.