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Actualizado: 15 de junio de 2025


A veces se miraban en silencio. Cada cual esperaba, sin duda, que el otro dijera algo, proponiendo una fórmula de conciliación... Por la tarde se volvió a hablar del asunto; más Rosalía, henchida de soberbia, persistió en sus repugnancias y en poner a Agustín y a Amparo por los suelos... Por la noche, la ilusión del viaje ganó en su espíritu tanto terreno, que se aventuró a hacerse una pregunta inspirada en el sentido recto de las cosas: «¿Y a qué me importa que se casen o se dejen de casar o que ella sea como Dios quiere?». Su alma se inundaba de tolerancia; pero no quería dar su brazo a torcer ni manifestarse vencida, por lo cual esperaba que su marido cediera antes para hacerlo después ella afectando obediencia y resignación.

Su actividad no fué hija de un espíritu inquieto, sino que necesitó siempre algún motivo poderoso que le imprimiera el impulso; pero una vez puesta en movimiento, y habiendo obstáculos que vencer, y un resultado valioso que alcanzar, no fué hombre que cediera ni fracasara.

La confusión entonces llegó á su término. El orador continuó su filípica; pero la continuó excitando al pueblo á que no cediera en su empeño de verificar la manifestación. Estaba lívido, anhelante, y cada palabra suya era como un latigazo que estimulaba á la muchedumbre á seguir adelante.

Allí, con el prestigio que le daba su apellido y la fanfarria que desenvolvió delante de la hija de un hombre de bien que tenía algunas haciendas, consiguió que éste se la cediera en matrimonio. Estableciéronse en casa aparte, y al poco tiempo de ello apareció su hermano en el lugar, pobre y mal vestido. Acogióle el matrimonio, como era natural.

Iremos a cuidarle si cae enfermo en cama, y cuando no, vendrá él a almorzar, a comer y a charlar con nosotros todos los días. Doña Luz insistió en irse a su casa; pero D. Acisclo siguió oponiéndose, y fue menester que doña Luz cediera, ofreciendo gustosísima su casa para que en ella viviese el Padre.

Era simplemente una nueva galantería de Umaña que quería mostrarnos la maravilla, primero, bajo su aspecto puramente artístico, idealmente bello, para más tarde llevarnos al punto donde ese sentimiento de suave armonía que despierta el cuadro incomparable, cediera el paso a la profunda impresión de terror y que invade el alma, la sacude, se fija allí y persiste por largo tiempo. ¡Oh!, ¡por largo tiempo!

Nuestro caballero lo fué comprendiendo paulatinamente, y paulatinamente fué cambiando de postura, doblando ahora una rodilla, poco después la otra, sentándose más tarde, y concluyendo por extenderse como antes se hallaba; todo esto como si cediera á inspiraciones superiores ó á dura necesidad y no á liviano capricho suyo. La misma necesidad le obligó después á cubrirse las carnes que tiritaban.

Comprendí perfectamente que al influjo de aquella sensación alguna fibra humana había de romperse: era menester que cediera uno de nosotros, si no el más emocionado, el más frágil. Fue Julia.

Fernando buscó un taburete para sentarse a los pies de la niña, y como si cediera a un impulso contenido y frenético, con una embriaguez de palabras ardorosas, la habló de amarla mucho y amarla siempre. Ella aturdida, hechizada, se dejó inflamar en aquel fuego divino que ya había prendido en su corazón, y respondió a la querella amorosa con una encantadora reciprocidad de promesas.

Tenía una consola con incrustaciones que perteneció al mismísimo Grimaldi, y un ropero traído de París por la de los Ursinos. En cuanto al taller que D. Francisco necesitaba, fácil le sería conseguir de Su Majestad que le cediera un local de los muchos que estaban inhabitados y vacíos en el piso tercero.

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