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Actualizado: 15 de noviembre de 2025


¿Han visto ustés? gritaba escandalizado el talabartero en lo que él llamaba el «seno del hogar», o sea ante su mujer y su suegra . ¡Una novia, sin decir palabra a la familia, que es lo único verdadero que existe en el mundo! El señó quiere casarse. Sin duda está cansao de nosotros... ¡Qué sinvergüenza!

Pensar en boda, sería bobada: don Juan no había de casarse con una comiquilla. ¿Qué quedaba, pues, en el fondo de aquella mutua inclinación sino la perspectiva de unas relaciones predestinadas a morir sin madurar o a convertirse en contrato pasajero?

La señorita Porhoet, que es la única que queda hoy de su nombre, no ha querido casarse jamás á fin de conservar el mayor tiempo posible en el firmamento de la nobleza francesa, la constelación de estas mágicas sílabas: Porhoet-Gaél. La casualidad quiso que un día se hablase delante de ella, de los orígenes de la casa de Borbón.

Mostrándose afectuosa y agradecida, le argumentó con los inconvenientes de la precipitación en cosa tan grave como es el casarse de buenas a primeras, y correrse de un brinco nada menos que al África, que es, como quien dice, donde empiezan los Pirineos. No, no: había que pensarlo despacio, y tomarse tiempo para no salir con una patochada.

Su galantería solícita la hería como una ofensa, la idea de que era su marido se le hizo insoportable. Iba la ceremonia a celebrarse, según sus deseos, en la casa misma. No hubiera tenido valor para casarse con Muñoz en una iglesia.

El paseante del bosque que no era otro que Robillotti cuando supo qué clase de pájaro era su acompañante, cantó de plano. Dijo que este era el novio de su hija, y que hacía seis días que la había pedido en matrimonio, declarándole que no podía casarse hasta no realizar un negocio que tenía entre manos.

Porque, presupuesto que Luscinda no puede casarse con don Fernando, por ser mía, ni don Fernando con ella, por ser vuestro, y haberlo ella tan manifiestamente declarado, bien podemos esperar que el cielo nos restituya lo que es nuestro, pues está todavía en ser, y no se ha enajenado ni deshecho.

Son muchos los que se van para evitar el matrimonio y que, por lo contrario, deberían casarse para romper cadenas. Temía yo ese peligro al cual me sentía demasiado expuesto y he tomado, como usted ve, el buen partido.

Mi encomio de Clarita estaba muy en su lugar, porque de Clarita voy á hablarte. Me consta, como su director espiritual que soy, que te obedecerá en todo; pero dime, ¿no consideras que para algunas cosas, de la mayor importancia, convendría consultar su voluntad? ¿Y quién ha informado á V. de que yo no la consulto cuando conviene? ¿Has preguntado, pues, á Clara si quiere casarse tan niña?

Pero... ¿habría tenido la criminal imprudencia de casarse engañando a un hombre, ocultándole su pasado? ¡Lo pasado! En el largo catálogo de sus conquistas, ninguna recordaba don Juan que valiese lo que aquélla.

Palabra del Dia

aquietaron

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