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Actualizado: 19 de septiembre de 2025
La capilla mayor antigua se habia destinado á la imágen maravillosa de Villaviciosa, y en ausencia de esta se colocaba allí otra de nuestra Señora. Ahora se aplicó á una imágen de la Concepcion Inmaculada, y se determinó que todos los sábados despues de completas fuese el coro á cantarle una antífona y oracion.
Levantóse, pues, de un salto al primer toque de la campana, lavóse sin derramar una gota de agua, y sin otro percance que el meter un pie en el orinal y hacerlo añicos, sin intención deliberada, por supuesto, púsose en formación muy derechito, entró en la capilla y oyó misa lo mismo que un san Luis Gonzaga.
En el patio inmediato a la capilla sonaban golpes de vara sobre el pellejo de los míseros caballos, reniegos, choque de herraduras y voces. «¿A quién le toca?» Nuevos picadores eran llamados a la plaza. A estos ruidos uniéronse otros más cercanos.
El confesonario crujía de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos. El Magistral dio otra absolución y llamó con la mano a otra beata.... La capilla se iba quedando despejada. Cuatro o cinco bultos negros, todos absueltos, fueron saliendo silenciosos, de rato en rato; y al fin quedaron solos la Regenta, sobre la tarima del altar, y el Provisor dentro del confesonario. Ya era tarde.
No hay en la decoracion de esta capilla una línea recta en que pueda reposar la vista: todas aparecen ondulosas, disfrazadas, interrumpidas, como si las mirase uno por un vidrio lleno de visos. Su bóveda, sus paredes, su gran retablo, sus altares de Sto.
De la breve conversación de la tarde no recordaba más que esto: que al día siguiente, después del coro, el Magistral la esperaba en su capilla. Le había indicado, aunque por medio de indirectas, que convenía, al mudar de confesor, hacer confesión general. Había hablado con mucha afabilidad, con voz meliflua, pero poco, con cierto tono frío, y algo distraído al parecer. No le había visto los ojos.
El primer recuerdo que Perucho conserva es que, al salir de la capilla, quedóse muy triste arrimado a la puerta, porque aquel día el capellán no le había dado cosa alguna.
El Capellán acude, y levanta el desfallecido cuerpo del Caballero. El hijo, más tardo por miedo o desamor, se acerca también y le ayuda. Casi en brazos le sacan de la capilla. Don Juan Manuel, en la puerta los hace detener y se arrodilla. ¡Abierta queda mi sepultura!... ¡Maldito quien intente poner la losa antes de haber bajado yo a la cueva! ¡María Soledad, espérame!
La fundó en 1648 un D. Fernando de Soto, de quien no queda mas memoria. El cuadro de su altar representa el martirio del Santo titular; es obra de Juan Luis Zambrano, y no carece de mérito. Capilla de Nuestra Señora del Rosario.
Durante la misa que esta mañana he oído en la capilla del establecimiento, sólo veía los hermosos cabellos rubios de mi hijo en medio de aquella multitud de cabecitas puras como las de un ángel. ¡Qué sensible es, Dios mío, haber de abandonar a manos mercenarias el tierno pimpollo de nuestro corazón! Al salir de la iglesia he experimentado una profunda melancolía.
Palabra del Dia
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