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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Quedó el maestresala traspasado su corazón, y propuso de luego otro día pedírsela por mujer a su padre, teniendo por cierto que no se la negaría, por ser él criado del duque; y aun a Sancho le vinieron deseos y barruntos de casar al mozo con Sanchica, su hija, y determinó de ponerlo en plática a su tiempo, dándose a entender que a una hija de un gobernador ningún marido se le podía negar.

Además, le sobraba dinero, le sobraban riquezas para ellos dos y un hijo solo que tenían, sin esperanzas de tener otro, porque ya habían pasado más de seis años sin barruntos de él, y era un engordar el suyo, que no cesaba.

Poldy tuvo entonces barruntos de que la cigüeña iba a emigrar y a volver sin duda al soñado palacio, a la ciudad oriental, al templo o a la quinta, donde el autor de los versos moraba. Irresistible fue la tentación que sintió de escribirle. ¿Porqué no había de hacerlo por estilo prudente y decoroso que no la comprometiera?

Esto entendido, calculen ustedes su asombro y descomunal alegría cuando don Simón las sorprendió con el periódico en el cual se estampaban los dos sueltos que conocemos, y con la noticia de que el autor de ellos era un elegante joven con sus barruntos de embajador. Aquel día no se comió ni se hizo nada de traza en la casa.

Sus barruntos tuvo éste de que el hermano lego no era tan pobre de solemnidad como las reglas de su instituto lo exigían; y dióse tal maña, que el padre Carapulcra llegó a confesarle en confianza que, realmente, tenía algunos maravedíes en lugar seguro.

Y con esto abandonó el observatorio sin esperar mi respuesta, y salió del gabinete casi batiendo las palmas y con una agilidad desconocida en ella mucho tiempo hacía. Yo me quedé ¿a qué negarlo? haciendo votos porque los barruntos no fallaran; después medité un rato sobre los sucesos que podrían ocurrir aquella noche; y con el esbozo de un plan en la cabeza, dejé mi cuarto y pasé al de mi tío.

El cautivo, que, desde el punto que vio al oidor, le dio saltos el corazón y barruntos de que aquél era su hermano, preguntó a uno de los criados que con él venían que cómo se llamaba y si sabía de qué tierra era. El criado le respondió que se llamaba el licenciado Juan Pérez de Viedma, y que había oído decir que era de un lugar de las montañas de León.

Entonces arrojó la pluma pecadora y se curó de toda tentación de meterla en donde no la llamaran; pero, en cambio, fue desde aquel momento un devoto, hasta lo místico, del arte en todas sus verdaderas manifestaciones, sin temores ni barruntos de que pudiera incurrir jamás en el feo vicio de profanarle con atrevimientos de aficionado, y con la lícita vanidad de ser el único español que, pudiendo, no había molestado a la paciencia pública con una sola «muestra de su menguado ingenio».

La verdad del cuento es que la tía no iba descaminada en sus barruntos.

Y en ella heme de salvar yo huyendo de vos: y habéos de salvar por mi huída, y á más han de salvarse ciertos recién casados, que no andan muy seguros... ¿Conque es cosa decidida?... dijo de mal talante la condesa. Bien veo que os enojo; pero en este pueblo de orates algún loco ha de haber con barruntos de juicio.

Palabra del Dia

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