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Actualizado: 11 de junio de 2025
El barbudo hermosote que avanza pisándole la cola del vestido es el esposo: dos metros de talla; se ruboriza cuando tiene que hablar con un extraño, pero se le adivinan unos músculos de boxeador y una gran facilidad para dar «puñete», como él dice... Los que ocupan la mesa con ellos son todos del mismo país: muchachos grandotes y buenazos, que vuelven de Alemania; gente simpática y franca que me quiere y distingue.
La Virgen de Embrún me concederá la merced de ahorcarlo también á él dentro de pocas horas. ¿Qué insignia es aquella en las velas del otro pirata? La cruz roja de Génova. Lo que prueba que tenemos allí al barbudo Tito Carleti, tan valiente y casi tan malo como su compañero de piraterías.
Había hermoseado su tienda con lujo asiático: magníficas sillas pintadas de verde esmeralda; clavos romanos, tamaños como platos soperos, para colgar las toallas de tela de un dedo de grueso, grabados que representaban un Telémaco muy largo, un Mentor muy barbudo y una Calipso muy descarnada; tales eran los adornos que rivalizaban en dar esplendor al establecimiento.
Era el tal P. Procopio un desaforado jayán, cetrino y barbudo, más adecuado para llevar una casa sobre la espalda ó tirar de una carreta, que para gozar en contemplaciones místicas y éxtasis divinos.
Las walkyrias de la Sanidad habían desaparecido igualmente. El barbudo era de los que se habían quedado, y al ver de lejos á don Marcelo sonrió, desapareciendo inmediatamente. A los pocos momentos reaparecía con las manos llenas. Nunca su presente había sido tan generoso. Presintió el viejo una gran exigencia, pero al llevarse la mano al bolsillo, el sanitario le contuvo: Nein... Nein.
Unos pasos pesados resonaron en la pieza inmediata, se oyó una voz sonora y el moreno, barbudo y bigotudo Campistrón entró con noble ademán, se inclinó sonriendo, con la mano en el pecho, como un cantante que sale á recibir los aplausos, y dijo modulando la voz como si cantara: Servidor de ustedes, señores. ¿De qué se trata? ¡Ah! Prepárate á desmayarte, Campistrón, contestó la gruesa rubia.
No es alto ni bajo, flaco ni grueso; a ratos lampiño, a ratos barbudo... Al sonar un campanillazo la visión se disipa y el lúgubre recinto se trueca en un paseo enarenado, por donde corretea un niño tras un ato de madera. El chiquitín tropieza, cae, se lastima... y suena un grito.
Creía que era la vida de otro; algo que había presenciado y conocía con exactitud, pero perteneciente a la historia de una existencia ajena. ¿En realidad aquel Jaime Febrer que había rodado por Europa y había tenido sus horas de orgullo y de triunfo era el mismo que habitaba ahora una torre junto al mar, rústico, barbudo y casi salvaje, con alpargatas y sombrero de payés, más habituado al ruido de las olas y el chillido de las gaviotas que al trato de los hombres?...
Algunos se colocaron inmediatamente en torno de la chimenea, con las piernas sobre las sillas, y en aquella postura se resignaron silenciosamente a la labor ímproba de una pesada digestión. En atención a mi estado gástrico, no acepté la invitación que para cenar me hizo el posadero, pero me dejé conducir al salón. Era el tal posadero un magnífico tipo barbudo del hombre animal.
En cuanto á director espiritual, Doña Antonia tenía á un capuchino fervoroso y elocuente, cuya fama eclipsaba entonces la del P. Jacinto, el cual, como más tibio en el predicar y en el reprender, no hacía tantas conversiones ni traía al redil tantas ovejas descarriadas como su cofrade barbudo.
Palabra del Dia
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