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Las mejores páginas que Balzac, Dumas y Daudet consagraron á la descripción de este pavoroso estado de alma, son muy inferiores al cruel examen que Mirbeau hace del fatalismo trágico, ineluctable, de las pasiones infames. «El abate Julio» es el fracaso del sacerdote obligado, por sus votos, á no tener familia.

La figura enorme de Balzac, que á pesar de hallarse en la ubérrima y gloriosa plenitud de su labor, necesitaba escribir diecisiete y dieciocho horas diarias para pagar sus deudas, es prueba concluyente de que raras veces el libro produce lo necesario para vivir holgadamente.

Y sin embargo, el paisaje es bellísimo. Ni Shakspeare, ni Molière, ni Balzac han presenciado las escenas que trazan ni conocido los caracteres que estudian. Schiller confiesa que, dada su vida retirada y trabajosa, tenía muy pocas ocasiones de observar á los hombres. El modelo será, pues, necesario, pero confesemos que es signo de impotencia.

Hay ejemplos irrecusables que comprueban la verdad de lo que acabo de manifestar. El hombre más inspirado del siglo XIX, Víctor Hugo, el inmortal autor de las Hojas de Otoño, trabaja diariamente un número crecido de horas. Balzac, el coloso que rivaliza con él, trabajó más que nadie en el mundo. Ni uno ni otro han necesitado esperar la inspiración jugando a las siete y media.

El libro que, como antídoto a los harto célebres de Balzac y de sus muchos y desafortunados imitadores, ha escrito el señor Pereda, pudo parecer pálido en los caracteres y poco interesante o animado en la acción. Quizá entraba esto en los propósitos del autor.

Lo grave y lóbrego de la situación en que había colocado á Ester y á Dimmesdale le abrumaban de tal modo, que decía de mismo que, durante el invierno citado, su espíritu había sido "un tegido de dolores." Hawthorne, á semejanza de Balzac, se aislaba mientras estaba escribiendo una novela; y puede decirse, sin exageración, que entonces apenas veía á nadie.

Muchos de aquellos bustos son evocaciones históricas, porque son las imágenes de Voltaire y Rousseau, de Mirebeau y Danton, de Vergniaud y Chénier, de Chateaubriand, Byron, Walter Scott, Lamennais, Eugenio Sue, Balzac y muchos otros genios que pertenecen á la historia de la política, la filosofía ó la literatura.

Recordaba á Balzac y á otros escritores imaginativos, que poblaron su vida práctica de absurdas concepciones, aceptándolas como realidades. Además, ¡quién sabe si era «la loca de la casa» la que había hecho que este hombre del país de los olivos y las cigarras conquistase con tanta rapidez la vieja ciudad dormida y sin ensueños!...

Muy desalentado, confesé mi fracaso en el club. Allí se me recomendó que, antes que profesores, me procurase los muchos y profundos tratados de la materia... E inmediatamente escribí a mi librero: «No me mande usted las obras de Shakespeare y de Balzac que le pedí me enviara a la estancia.

No fiarse de su penetración y dársela cocida y caliente, como hace Balzac, por ejemplo, es afear las novelas y exponerse además á que un crítico haya dicho con razón que su filosofía es la de un viajante de comercio.